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EL CONCEPTO DE GOBERNANZA: COMPARACIÓN EN EL ÁMBITO INTERNACIONAL Y NACIONAL

Texto académico de evaluación continua
Teoría del Estado II: Las Transformaciones Contemporáneas del Estado
(Grado de Ciencia Política y de la Administración -UNED).
Ilustrado en este post con viñetas de Forges El Roto.
1. GOBIERNO vs. GOBERNANZA. Si las postrimerías del siglo XX sugerían certeza de lo que era un Estado, los albores del XXI se han caracterizado por la incertidumbre, llegándose a anunciar su muerte. Desde posiciones menos extremas se apunta una transformación desde un sistema articulado alrededor del Estado-nación hacia otro modelo de gobernanza multinivel. Y esta transformación es un factor clave de comparación conceptual entre gobierno y gobernanza. El sistema político está mudando desde un enfoque estado-céntrico a uno multicéntrico, compuesto por colectividades no soberanas que desafían la vieja soberanía del gobierno del Estado-nación. Lo que ayer eran ámbitos exclusivos de autoridad gubernamental, se comparten hoy con otros actores no estatales y centros de autoridad: en nuestro contexto global, el Estado ya no es el señor del Mercado, sino su vasallo. Siendo estructural [institucional] y funcional [praxis política], el alcance de esta transformación es debatida entre unos autores estado-céntricos que señalan una cooperación internacional dominada por los gobiernos y unos teóricos del repliegue que la valoran como restrictiva para la libertad de acción de los Estados, en favor de nuevas formas de gobernanza no centralizadas y surgidas en un espacio socioeconómico que traspasa los límites de las fronteras territoriales.

 Entendida como la totalidad de estructuras, agentes y procesos políticos con propiedades transnacionales que están desarrollando una densa interconexión y una comunidad ligera que trasciende el Estado territorial, esta Política Global implica dos cambios: (a) Los gobiernos pertenecen a una red compleja de organizaciones internacionales [OOII] con las que suscriben gran variedad de compromisos; y (b) Muchos actores no estatales influyen en el proceso de gobernanza y por tanto, la regulación y el control ya no son una reserva exclusiva de los Estados. Así pues, mientras en el pasado los gobiernos nacionales gobernaban dentro de territorios bien definidos, hoy la política es [parcialmente] gobernanza internacional/global, son actividades realizadas en todos los órdenes [local, nacional, regional o global] y que, afectando a la regulación y el control, está gestionada por una red global de políticas públicas, por amplias alianzas de agencias gubernativas, OOII, empresas y elementos de la sociedad civil [ONGs, asociaciones profesionales y/o grupos religiosos] que se reúnen para conseguir aquello que ninguno puede obtener por sí sólo. Tratándose de una actividad internacional, transgubernamental y transnacional, la gobernanza puede ser por medio del Gobierno [cuadro jerárquico de regulación y control nacional], con el Gobierno [éste participa negociando con otros actores, actuando como primus inter pares a nivel nacional o internacional] o sin el Gobierno [los actores establecen pautas de regulación sin interferencias gubernativas]. 

2. GOBERNANZA, ESTADO DE DERECHO Y ESTADO DEMOCRÁTICO. Las repercusiones de la gobernanza multinivel sobre el Estado Democrático de Derecho son evidentes si sintetizamos su núcleo conceptual. Mientras el tag «de Derecho» impone como requisito que una organización política del poder conferida por ley y ejercida mediante los procedimientos y con los límites en ella establecidos, «Democrático» exige atribuir la titularidad del poder a un cuerpo social que adopte sus decisiones mediante unos mecanismos de participación que legitimen su representación. Así pues, resulta afirmable que la actual gobernanza multinivel presenta importantes déficits en el ejercicio [legalmente regulado y limitado] de su poder y obstáculos para una participación política legitimadora de su representación. Al no basarse en un marco constitucional determinado, los decisores de la gobernanza multinivel no están sometidos a responsabilidad y control democráticos. No obstante, un optimista Nye valora como relativo este predominio de las OOII y sugiere que no constituyen una amenaza democrática porque sus decisiones son tomadas en el marco democrático de cada Estado-nación. Y dado que éstos gozan de mandatos democráticos, aquéllas disponen, como mínimo, de legitimidad indirecta.

Este excesivo optimismo liberal nyeneano se constata en la Nueva Arquitectura Financiera Internacional que ¿intenta? el encaje de los países emergentes en el FMI. Desde la crisis asiática de los 90s, los países emergentes reclaman un mayor peso en las instituciones de Bretton Woods aduciendo una insuficiente legitimidad de éstas porque su reparto de poder no refleja la distribución de fuerzas de la economía mundial. La continuada inobservancia internacional a sus peticiones ha provocado que hayan intervenido en sus tipos de cambio [acumulando reservas en moneda extranjera para eludir el FMI en caso de crisis], factor que ha generado desequilibrios macroeconómicos globales [una de las causas de la actual crisis financiera]. Además, algunos emergentes asiáticos han propuesto crear su Fondo Monetario Asiático. Que el FMI adolezca de insuficiencia representativa constituye un síntoma con mal pronóstico cuando la coyuntura exige una institución global fuerte capaz de gestionar los riesgos sistémicos de la globalización financiera. Además, esta tendencia hegemónico-céntrica se observa también en las resistencias para reformar las Instituciones de Gobernanza Global. Al decir de Steinberg, la solución estriba en incrementar las cuotas con las que se financia el FMI [determinantes de los votos en el Consejo] de forma no proporcional para los países, es decir, reformulando su cálculo [ponderando en favor de la población y calculando el PIB en paridad con el poder de compra]. Con ello se lograría que los incrementos de cuota de las economías emergentes fuesen mayores que los de las desarrolladas, lo cual incrementaría su peso y aumentaría la capacidad de préstamo del FMI. Entretanto, se requiere una nueva emisión de Derechos Especiales de Giro [moneda del FMI] para dotarles de la liquidez necesaria. Paralelamente, debería modificarse el procedimiento de designación de su Director Gerente para que, siendo más meritocrático, abandonase la práctica del genotipo europeo. En definitiva y en los términos de la poliarquía de Dahl, esta gobernanza multinivel, ilustrada aquí a través del FMI, no constituye un sistema democrático por cuanto adolece de: 
(a) Competencia entre los países [centrales vs. periféricos] para ocupar las posiciones importantes del poder de gobierno; 
(b) Participación Política igualitaria y equitativa en la selección/designación de sus dirigentes; y 
(c) Libertades Civiles y Políticas suficientes para asegurar la integridad de la competencia y la participación. Además, adolece de otra condición de fondo esencial para su democratización: la unidad nacional [de Rustow]. ¿Estamos ante una comunidad bien definida [demos] que fundamente un verdadero proceso de democratización?

3. INSTITUCIONES DE GOBERNANZA GLOBAL. Una economía globalizada no puede ser gobernada con instituciones y políticas nacionales: en un sistema interdependiente como el actual, los Estados están condenados a cooperar aunque tengan intereses contrapuestos. Pero el mosaico de organizaciones y foros económicos multilaterales para alcanzar/sostener la cooperación es poco eficaz, insuficientemente representativo y percibido como ilegítimo por quiénes emergen. Esta Gobernanza Global adopta nuevos formatos no centralizados que, como sistema de estructuras/agentes transnacionales interconectados que conforman una comunidad ligera que trasciende el Estado territorial, implica una mayor cooperación transfronteriza mediante relaciones transgubernamentales, transnacionales e interestatales. Éstas últimas han crecido mediante unas Organizaciones Intergubernamentales [OIG] que se han duplicado durante la segunda mitad del siglo XX, llegando a las 260 en los 90s. G20, FMI, OMC o BM son ejemplos de OIG categorizables como  instituciones de gobernanza global por cuanto son elementos supranacionales que, en el entorno de sociedades segregadas [por oposición a las interconectadas como la Unión Europea], conforman una Integración Profunda que afecta a la soberanía del Estado como nivel de gobierno. Esta cooperación debilita a los Estados porque, al ganar poder, estas OIG establecen normas potencialmente contrarias a sus intereses, determinan su comportamiento y prevén sanciones por incumplimiento. Tratándose de una devolución del poder del Estado soberano, esta burocracia supranacional gana influencia gracias a una cooperación más intensa que difunde el poder y reduce la influencia del Estado-nación. 


Mientras FMI y BM controlan el rendimiento económico mundial y son actores centrales en situaciones de crisis económicas, la pertenencia a la OMC es prioritaria para aquellos Estados que pretenden integrarse en el sistema económico global. Por su parte y como foro de 19 países [once recientemente industrializados] más la UE, el G20 constituye un nodo de cooperación para la estabilidad del sistema financiero internacional ¿promoviendo? el equilibrio entre países industrializados y economías emergentes. No obstante lo anterior, la crisis financiera global evidencia su ineficacia para abordar los actuales problemas económicos. La actual coyuntura, en la que la cooperación internacional es más necesaria que nunca, abre una ventana de oportunidad para avanzar en su reforma mediante el fortalecimiento del FMI, dotándole de más poder normativo y recursos. Como institución de Gobernanza Global, los objetivos de este FMI reforzado deberían ser: (a) Revisión del sistema financiero internacional con unas nuevas reglas, aspirando a convertirse en un supervisor global capaz de anticiparse a las crisis; (b) Emitir recomendaciones vinculantes; (c) Dirimir conflictos; (d) Imponer sanciones; y (e) Cooperar en la gestión multilateral y coordinada de los riesgos financieros globales, asegurando la compatibilidad de unos principios comunes de las regulaciones nacionales; y (f) Vigilancia de las vulnerabilidades de la economía mundial [burbujas financieras y desequilibrios macroeconómicos globales].

4. ALCANCE NACIONAL E INTERNACIONAL DE LA GOBERNANZA. Nuestra crisis financiera, la mayor crisis financiera desde la Gran Depresión, evidencia que la reforma de la gobernanza económica global no puede esperar más. No obstante, los movimientos unilaterales defensivos [nacionalismos econonómicos] por parte de casi todos los países, dificulta dar a las instituciones económicas globales lo que necesitan: más poder para fijar mejores reglas comunes y más recursos financieros para ayudar a los países más débiles a sortear la recesión sin sufrir crisis políticas. Proteccionismo, nacionalismo, oportunismo, descoordinación, falta de liderazgo o promesas incumplidas son las nociones que definen la reacción de las potencias ante la crisis financiera y la recesión económica global. La cooperación internacional es urgente si se quiere reducir el impacto de la recesión. Establecer una gobernanza económica global efectiva y legítima es la única solución para evitar el desastre a largo plazo.
Dado que los mercados sólo funcionan si se asientan en unas instituciones adecuadas, deben constituirse como organizaciones estables con personalidad jurídica, socialmente legítimas y con capacidad coercitiva para hacer cumplir las reglas establecidas. Tales instituciones deben ser nacionales, regionales o globales en función de cómo sean los mercados que pretenden ordenar. Mientras que para los nacionales son suficientes las nacionales, la intersección financiera de mercados globales e instituciones nacionales es peligrosa porque, como las instituciones representan las preferencias políticas de la ciudadanía, cuando los mercados se globalizan y aquéllas no, surge la impresión de una Dictadura del Mercado con un liberalismo económico dissembedded [y no embedded].
El propósito de este enfoque institucional para evitar un Liberalismo Desimbricado tiene su origen en el Embedded Liberalism que definió el marco institucional de posguerra. Aunque el capitalismo del siglo XIX basado en la hegemonía británica operó al margen de los intereses de la mayoría, el advenimiento de la democracia y del Estado de bienestar lo hizo insostenible. Durante la segunda posguerra y bajo la hegemonía estadounidense, devino un orden económico internacional apoyado en el pacto social de un liberalismo socialmente imbricado. Este consenso descansaba en instituciones nacionales con las que los gobiernos democráticamente elegidos gozaban de capacidad para arbitrar políticas económicas activas destinadas al crecimiento económico, el pleno empleo, cierta redistribución de la renta y una efectiva igualdad de oportunidades. Por encima de este entramado nacional se establecieron las instituciones de Bretton Woods [ámbito financiero] y el GATT [ámbito comercial] para regular los intercambios internacionales y asegurar la estabilidad política internacional y la cooperación económica. Sin embargo, tales instituciones estaban diseñadas para no inmiscuirse en exceso en las políticas económicas de unos gobiernos orientados a satisfacer las demandas de sus ciudadanos. Pero, respondiendo a los intereses de los países desarrollados occidentales, este marco institucional fue concebido en y para un mundo muy distinto al actual: el libre intercambio de manufacturas contrastaba con el férreo control de unos movimientos de capitales, considerados [keynesianamente] desestabilizadores.  

Aunque Bretton Woods afectó a este entramado institucional, las disfunciones Mercados Globales vs. Instituciones Nacionales no se evidenciaron hasta los 80s al socaire de la liberalización y desregulación anglosajona, la cual, sumada al fin de la Guerra Fría, la revolución de las NNTT y la integración de las potencias emergentes en la economía global, originó la auténtica globalización de los mercados, especialmente el financiero. El alcance de la gobernanza en el nuevo marco internacional y nacional definido por la globalización y la repercusión de las decisiones del G20 ante la crisis económica de 2008, queda estructurado en las siguientes ideas clave:
(1) Además de la no adaptación de las instituciones supranacionales a la coyuntura sobrevenida, han surgido Nuevos Foros [carentes de estructura formal y dudosa legitimidad] para ejercer poder e influencia [formaciones G o el Foro Económico Mundial de Davos], al tiempo que las Viejas Instituciones eran cuestionadas por no adaptarse al nuevo Balance of Power derivado del auge de las potencias emergentes en la economía mundial, por su falta de democracia interna y por su visión restringida [occidental] del funcionamiento económico.  
(2) El consenso que sostenía el pacto keynesiano es cuestionado ante la progresiva incapacidad de los países para activar políticas de demanda y sostener el Estado del bienestar como consecuencia de una globalización financiera.
(3) Creándose una economía internacional integrada en la que mercados y actores no estatales ganaban poder, ésta no disponía de una estructura de gobernanza supranacional efectiva, integrada, democrática y percibida como legítima por las potencias emergentes y la sociedad civil global. Y la interdependencia mundial no se proveyó de los bienes públicos globales necesarios para afrontar los riesgos de la globalización. Este estado de cosas ha conducido a una encrucijada en la que siendo deseable un Modelo de Federalismo Global mediante la cesión de soberanía estatal a unas instituciones supranacionales reguladoras de unas reglas aceptadas por todos, el 11S o la crisis financiera han provocado la resurrección del Estado-nación como actor clave de las relaciones internacionales. Hoy, siendo pocas las áreas dónde sea factible una mayor cesión de soberanía, es necesario restringir la integración [financiera] para evitar futuras crisis, mientras se integran los nuevos retos [energéticos, migratorios y medioambientales] del actual mosaico institucional [fragmentado].   
(4) La actual crisis financiera ha evidenciado que los políticos no entendieron la Era de la Desregulación: abrirse al libre comercio es distinto que liberalizar el movimiento de capitales. Así y paradójicamente, los movimientos económicos internacionales más tóxicos [financieros a corto plazo] son los peor regulados, a diferencia, por ejemplo, de unos movimientos comerciales regulados por la OMC como mejora de la gobernanza del comercio mundial. En lo comercial por tanto, no hacen falta grandes reformas. Sin embargo, en lo financiero es dónde más queda por hacer. La actual crisis desencadenada por la desregulación financiera, el exceso de liquidez global y una deficiente evaluación del riesgo, ha evidenciado la necesidad de una mejor regulación y supervisión financiera internacional para matizar la frecuencia y severidad de los colapsos financieros.

(5) En este contexto, la comunidad internacional ha utilizado el G-20 como foro informal para intentar dar una respuesta coordinada a la crisis y servir de embrión para fijar las nuevas reglas del Capitalismo Global. Creado tras la crisis financiera asiática de 1997, el G20 es ágil por su tamaño y suficientemente representativo como para poder actuar de catalizador de las reformas. Sin embargo, al no ser una institución internacional, no puede obligar a nadie a que cumpla sus acuerdos. Sólo puede actuar como punto focal para el diseño de nuevas reglas que reformen la legislación económica interna de los Estados y los estatutos de las organizaciones económicas internacionales. Y es que, a pesar de necesitar mejores instituciones supranacionales para regular los mercados globales, los Estados no están dispuestos a ceder soberanía. Y ésta es la cuestión clave de la reforma del capitalismo: definir nuevas reglas globales en las áreas necesarias y posibles y reducir el nivel de integración económica para que las instituciones regulatorias nacionales puedan cumplir su función en los ámbitos en los que no exista consenso para aprobar reglas supranacionales. 
Por tanto, se necesita una visión estratégica e integrada de largo plazo. El reto es enorme y requiere de capacidad técnica, pragmatismo, visión a largo plazo y, sobre todo, liderazgo político. De su éxito depende la estabilidad del sistema internacional en el siglo XXI. En su primera cumbre de Washington celebrada en 2008, el G20 aprobó [por unanimidad] los siguientes acuerdos: (1) Continuar apoyando los mercados financieros y accionar las medidas necesarias para estabilizar el sistema; (2) Adaptar la ayuda de la política monetaria en función de las condiciones de cada país; (3) Adoptar medidas fiscales para estimular la demanda interna, manteniendo un marco propicio para la sostenibilidad fiscal; (4) Ayudar a los países emergentes a acceder a la financiación, instrumentos de liquidez y programas de apoyo; (5) Apoyar el papel del FMI en la respuesta a la crisis; (6) Animar al BM a usar su plena capacidad en apoyo de su agenda de ayuda; (7) Asegurarse de que el FMI y el BM dispongan de los recursos suficientes para resolver la crisis. Por su parte y antes de que en Los Cabos se focalizase la atención en la crisis de la deuda soberana europea [especialmente la española], las prioridades marcadas en la penúltima cumbre del G20 celebrada en Cannes en 2011 fueron: (1) Coordinación de políticas económicas y la reducción de los desequilibrios macroeconómicos globales; (2) Fortalecimiento de la regulación financiera; (3) Reforma del Sistema Monetario Internacional; (4) Lucha contra la volatilidad de los precios; (5) Mejorar la gobernanza mundial; (6) Trabajo en favor del desarrollo. Entre una y otra, cuatro cumbres más [Londres, Pittsburgh, Toronto y Seúl]… ¿Jugamos a las siete diferencias? 



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Recensión Comentada de ¿QUÉ ES UNA NACIÓN? CARTAS A STRAUSS de Ernest Renan

Texto académico de evaluación continua
Teoría del Estado I: El Estado y sus Instituciones
(Grado de Ciencia Política y de la Administración -UNED).
Ilustrado en este post con viñetas de Forges y El Roto.
Bayona dotó a España de un Estado ilegítimo flanqueado por un ejército de ocupación coercitivo que monopolizaba el poder y un movimiento de resistencia popular con el que surgió un nuevo sujeto político: una nación en armas que irrumpió en revolución hacia una patria libre e independiente. Los 35.000 hombres de Murat, con poder pero sin autoridad consentida, no conseguirían que, cuatro años después, cuando Fernando VII no era un poder sino un recuerdo, esa nación pretendiera, como sujeto de soberanía y mediante una Constitución, dotarse de un Estado [liberal] legítimo. España tenía una Constitución, nacida de un sentimiento unánime de identidad nacional sin precedentes, pero carecía de un Estado con poder suficiente para implantarla. Así, es la ilegitimidad del Estado la que propicia el surgimiento de una nación: el conjunto de los órganos de gobierno de España como país soberano [Estado] no es reconocido como tal por sus habitantes, regidos por un mismo gobierno [Nación]. Si el Estado habla de instituciones, la Nación habla de personas vinculadas y unidas que pueden (o no) compartir idioma, tradiciones, raza, cultura o religión. Tales personas serán gobernadas por un Estado, soberano sobre su territorio, con autoridad y potestad normativa y reguladora sobre dicha sociedad. Por tanto, no todas las realidades son Estados-Nación (como ejemplo paradigmático de la «Nación Política») en los que, aunándose ambos conceptos, instituciones y personas recorren una senda compartida en la que el Estado deviene en el hogar [cambiante] de la nación. Si el Estado representa la institucionalización de la nación, ésta legitimará (o no) a aquél. Así pues, el pueblo (con similitudes hacia dentro y disimilitudes hacia fuera en el ámbito étnico-cultural) aparece como condición necesaria del Estado y entronca con éste a través del concepto de nación, como proyección específicamente política de la idea de pueblo.

En su conferencia dictada en la Sorbona, Renan se cuestionaba hace 130 años: ¿cómo es que Suiza, que tiene tres lenguas, dos religiones, tres o cuatro razas, es una nación, mientras que una Toscana homogénea no lo es? ¿Por qué Austria es un Estado y no una nación? Quizás su condición de francés-invasor en la guerra de Independencia, diferente a su condición de francés-invadido en el conflicto franco-prusiano por el statu quo territorial de Alsacia y Lorena, explica que no se cuestionase la monarquía de José I en la España de setenta años antes. En todo caso, ¿de dónde surge la nación?


El nacionalismo conservador (orgánico) plantea una nación como entidad viva con rasgos externos heredados históricamente (lengua, cultura, territorio o tradiciones comunes) e independiente del deseo de los individuos que la forman: no es posible sustraerse voluntariamente a esta carga genética. Por su parte, el nacionalismo liberal (voluntarista) plantea una nación derivada de la voluntad de los individuos que la componen y del compromiso que éstos adquieren de convivir y ser regidos por unas instituciones comunes. Es la persona quien, de forma subjetiva e individual, decide formar parte de una determinada unidad política. En consecuencia, toda colectividad humana es susceptible de convertirse en nación por deseo propio, separándose de un estado existente o constituyendo una nueva realidad. Esta lógica de organización política sostendría que, en tiempos de Pi y Margall, Sevilla se declarase república independiente de Madrid y que, posteriormente, Utrera hiciera lo propio con Sevilla. ¿Cuál es el límite, si lo hay? Según Ikea, la RIC: República Independiente de tu Casa. Posiblemente, esta nuestra ardiente necesidad patria de trasladar a lo político todo lo cultural, sea la base de nuestro inframunicipalismo, en el que, aproximadamente, el 60 por ciento de nuestros 8.114 municipios representan a poco más del 3 por ciento de toda la población española. En este mismo sentido aunque en otro orden administrativo, si la España de 1808 era una nación sin Estado, la configurada a partir de 1978 es un Estado [¿sostenible?] con diecisiete nacionalidades y dos Ciudades Autónomas. Sostendría también, el voluntarismo liberal, que, fruto del consentido andamiaje institucional autonómico de diecisiete pseudo-Estados, se esté pasando del Estado [Autonómico] de Bienestar al Malestar de una Nación de Nacionalidades [«Naciones Culturales»] en la que, siendo Cáritas la única organización que incrementa su cuota de mercado, en 2011, una de cada cinco de sus familias sobrevivía por debajo del umbral de la pobreza: del café para todos al pan para unos cuantos y al techo para unos pocos. Eso sí, fruto de estas verdades madre canovistas, queda el consuelo de ser desnonat vehicularmente en tu nacionalidad histórica y por una administración pública instrumental hipertrofiada que, huyendo de su propio Derecho Administrativo, elude la contabilización del déficit público para poder sostener la inversión pública bajo el desgobierno de lo público de una casta política, parcialmente cleptocrática que, de darse las circunstancias necesarias, tendría un horizonte penal nítido. Mientras tanto, la «Nación Cultural» de poco más de 322.000 riojanos y 5.000 kilómetros cuadrados (el 0,69 por ciento de los españoles y el 1,0 por ciento de nuestro territorio) acredita una deuda pública del 11,6 por ciento de su PIB (933 millones de euros), según datos del Banco de España del tercer trimestre de 2011. Como diría, ya como Presidente del Parlamento, el del «Viva Honduras» cuando estaba de visita oficial en El Salvador en 2003 como Ministro de Defensa: «Manda huevos».

Defendiendo el Principio Espiritual, al menos aparentemente conforme a la advertencia prologar del profesor Blas Guerrero, Renan se posiciona alineado con este nacionalismo voluntarista, después de situar el origen de la nación moderna en las invasiones germánicas (entre los siglos V y X) con las que impusieron en Occidente el «molde de la nación» a través de dinastías y aristocracias militares. Así, el Tratado de Verdún certifica la existencia nacional de Francia o España fusionando sus poblaciones y olvidando lo violento: una nación lo es porque sus individuos comparten y olvidan muchas cosas a lo largo de su historia. La nación así creada, será legítima en virtud de los principios dinástico, nacional y/o espiritual. Desde una lógica deductiva articulada ad hoc con motivo de la contienda franco-prusiana, Renan refuta la validez absoluta de los dos primeros, abogando en favor del tercero.



Siendo cierto que una nación es una dinastía (de origen feudal) que actúa como núcleo de centralización de antiguas conquistas (aceptada y olvidada después por el pueblo) y que el territorio nacional será el agrupado [arbitrariamente] a través de guerras, matrimonios o tratados, no se trata de una certeza insoslayable. Siendo cierta la unión de Inglaterra, Irlanda y Escocia, la arbitrariedad de los límites de la Francia de 1789 y la demora de las casas reinantes en Italia para erigirse como centros de unidad nacional, no lo es menos que una nación puede existir sin dinastías. Suiza y Estados Unidos, como conglomerados de adiciones sucesivas, sin base dinástica, sirven para invalidar el Principio Dinástico. En segundo lugar, Renan cuestiona, uno por uno, los criterios que fundamentan el Principio de las Nacionalidades, criterios que, siendo necesarios, no resultan suficientes por si solos para crear una nación.



El papel unificador desempeñado por el cristianismo durante el multirracial Imperio romano y el hecho que «no hay en Francia diez familias que puedan aportar la prueba de un origen franco», son utilizados para refutar el derecho primordial de la raza como factor de integración nacional y advertir de los peligros de la aplicación política de la legitimidad etnográfica. Un peligro vigente, dos décadas después, en una España ya sin Cuba, a tenor de lo escrito por Sabino Arana, artífice en el País Vasco de la ruptura con la tradición fuerista de la doble pertenencia. Como pacto de la nación vasca con la española, rechazó el fuerismo al oponerse al único camino de salvación de la patria vasca esclavizada por su invasor extranjero y provocar la degeneración del ser racial vasco. En su mito de la salvación, maketos y maketófilos infectan la raza vasca: el roce de españoles con vascos generó en éstos un proceso de exósmosis de su espíritu biskaino y de endósmosis de aquéllos. El único camino para la salvación de la patria es la independencia de Euskeria: el roce nefasto se evitará cuando el español sea extranjero y no conciudadano, pudiéndose restaurar así el ser primigenio de la nación Euskeria. Este discurso xenófogo y zoológico era ajeno a las delimitaciones de los reinos bárbaros, desprovistas de todo criterio etnográfico: el Tratado de Verdún trazó sus divisorias sin atender a la raza de las poblaciones de uno y otro lado. La etnografía no es considerando legítimo de la nación moderna, por cuanto más allá de los parentescos de sangre está la razón, la justicia y la igualdad. «El francés no es ni galo, ni franco, ni burgundio. Es lo que ha salido de la gran caldera donde […] han fermentado conjuntamente los elementos más diversos». Por otro lado, la lengua invita a la unión, no fuerza a ella: «la América española y España hablan la misma lengua sin formar una única nación. En Suiza, con tres o cuatro lenguas, prevalece la voluntad de permanecer unida». La actual población india, con dieciocho lenguas oficiales que aglutinan a diversos grupos etnolingüísticos, concibe la India como un único Estado que comparte una identidad nacional. A diferencia de la Cataluña de 2011 que ingresó 176.100 euros por sanciones impuestas a 226 empresas por no rotular en una lengua cooficial, la Francia conocida por Renan «no buscó nunca la unidad coercitiva de la lengua». Tan errónea es la dependencia etnográfica de la política, como la filológica que tiene la lengua como expresión racial. «Encerrada en una cultura determinada, tenida por nacional, se enclaustra».


Como la chapela con el Jaun-Goikua de los hermanos Arana, la boina cuatribarrada oprime «el aire libre del vasto campo de la humanidad, encerrándose en los conventículos de los compatriotas». Tampoco la religión ofrece por sí sola una base suficiente para establecer una nación moderna. En Atenas, la religión era de Estado: no se era ateniense si se rehusaba practicarla. Pero la verdad ateniense, desapareció en el Imperio romano. En la España surgida a partir de 1939, la católica era la religión del Estado, institucionalizada en el Fuero de los Españoles: no se era español [rojo demonizado] si se rehusaba practicarla. Pero la verdad de los años cuarenta y cincuenta que legitimó teocráticamente al dictador, dejó de serlo después del Concilio Vaticano II y, especialmente, durante el tardofranquismo cuando el otrora insigne Caudillo de la Santa Cruzada fue amenazado de excomunión con motivo del caso Añoveros. «En nuestros días, ya no hay creencias uniformes: cada uno cree y practica lo que puede y lo que quiere. Ya no hay religión de Estado […] La religión se ha convertido en algo individual». Holanda muestra cómo, mediante una política de consenso, tolerante y tendente a la acomodación, puede construirse una identidad nacional en una sociedad religiosamente heterogénea. La población holandesa del siglo XX quedó conformada por católicos, protestantes, liberales y socialistas. La política del acuerdo en una democracia consociativa ha satisfecho sus demandas concurrentes y la ausencia de homogeneidad social no ha menoscabado la identidad nacional del Estado. Siendo un lazo poderoso, la comunidad de intereses tampoco es suficiente porque, permitiendo los tratados comerciales, «no contempla la dimensión sentimental de la nación, alma y cuerpo a la vez». Siendo importante, el Pacto Fiscal (como defensa de una libertad amenazada por el Leviatán estatal en busca de una igualdad solidaria) se sitúa en un plano diferente, aunque complementario, al marco simbólico estatutario configurado por la Senyera, Els Segadors o la Diada Nacional. Los cachorros de Deusto que lideraron el proceso de industrialización en el País Vasco durante los años sesenta acogieron con los brazos abiertos a parte de los 4,5 millones de emigrantes españoles que, con su mano de obra ajena a la ikurriña, contribuyeron decisivamente a consolidar el vertiginoso proceso de expansión económica que se estaba produciendo. Entonces, ser maketo no fue inconveniente, como tampoco lo fue ser charnego, cuando se trató de fer país. Tampoco la geografía, las fronteras naturales [arbitrarias], es determinante en la división de las naciones. ¿Cuáles son las montañas que separan naciones y cuáles no? ¿Por qué el Rin es frontera natural y el Sena no lo es? Nuestra Constitución republicana [non nata] de 1873 proyectó una división territorial en la que la nación española aparecía compuesta por estados, entre ellos, Cuba y Puerto Rico. La tierra no hace una nación: «aporta el sustrato, pero el espíritu es del hombre». Una nación es un principio espiritual no configurado por el suelo: «es un alma conformada por pasado y presente: un legado común de recuerdos y el consentimiento actual de querer continuar compartiendo la herencia recibida […] Haber hecho juntos grandes cosas y querer hacerlas todavía constituye la condición esencial para ser un pueblo». El capital social sobre el que se asienta la nación hereda un pasado de sacrificios: «Somos lo que vosotros fuisteis; seremos lo que vosotros sois». La nación es un plebiscito diario: si alguien tiene derecho a ser consultado es el habitante. Su voto es el único considerando legítimo. En la política, el hombre que no es esclavo de raza, lengua, religión, ríos o montañas: crea una conciencia moral y legítima llamada nación. Las naciones son buenas y necesarias porque «garantizan la libertad que se perdería si no hubiese más que una un amo […] Sirven a la obra común de la civilización: todas aportan su nota al concierto de la humanidad». ¿Un conservador como Renan abogando por el derecho de autodeterminación? Así lo creyó su coetáneo Cánovas (aunque equívocamente, como advierte el profesor Blas Guerrero), que, desde la literalidad de sus palabras, se apresuró a negar la nación como el resultado de un plebiscito diario, sin considerarlo un argumentario ex profeso ante las amputaciones territoriales de Alemania y que tampoco dejó de transpirar en sus dos Cartas a Strauss.



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