Mostrando entradas con la etiqueta Sistema Político Español. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Sistema Político Español. Mostrar todas las entradas

IDEOLOGÍA Y VOTO EN LAS ELECCIONES GENERALES ESPAÑOLAS

Texto académico de evaluación continua
Sistema Político Español II
(Grado de Ciencia Política y de la Administración -UNED).
Este trabajo analiza las principales claves que relacionan dos de los factores esenciales en todo sistema político democrático: las ideologías de los partidos políticos que concurren a los comicios y, por otro lado, el voto expresado por el cuerpo electoral, una vez atendidas las propuestas programáticas anunciadas por aquéllos. Dicho análisis se lleva a cabo de modo transversal a lo largo de los diferentes procesos electorales convocados desde de que se iniciase nuestro proceso de democratización tras la muerte de Franco en 1975. En este sentido, se ha querido hacer una reseña específica a cada una de estas citas electorales tomando como referencia los resultados del PSOE en cada una de ellas, por ser la opción política que, concurriendo a todas ellas, ha acreditado una mayor permanencia en el poder ejecutivo.
En lo referido a la evolución del sistema de partidos en España se verá que se ha pasado de la negociación de los líderes de la transición a la polarización política de la última década, pasando por la moderación de los 80s y las turbulencias de los 90s, observándose, además, un desplazamiento del voto desde el componente ideológico [predominante en los 80s] hasta el racional [especialmente en el año 2000] y, dónde la polarización posterior, ha contribuido a reforzar de nuevo las barreras ideológicas.
En este transcurrir, moderación y estabilidad han caracterizado la pauta de comportamiento de nuestro electorado. La moderación quedó clara en la distribución de las preferencias en las primeras elecciones generales de 1977, así como en la consiguiente configuración del sistema de partidos: mientras los partidos más centristas fueron protagonistas de las tareas de gobierno, los más extremos, protagonistas durante el franquismo, colaborando [AP] u oponiéndose [PCE], quedaron relegados a un papel secundario. Por otro lado, la estabilidad destaca por comparación con otros periodos democráticos de la historia de España y con otros países de larga tradición democrática: son poco frecuentes los partidos que logran permanencias en el gobierno durante periodos tan dilatados. Contrastando con la convulsión crónica del siglo XIX y de la primera mitad del XX, esta estabilidad parece haber extremado la prudencia de un electorado que, desconfiado y cauteloso ante el cambio político, cierra filas con el gobierno de turno. Así pues y consecuencia de una larga experiencia de inestabilidad y fracaso, se ha agudizado la aversión al riesgo como característica idiosincrásica de nuestro comportamiento electoral, generando una acentuada regularidad electoral en nuestra democracia.
Pero también la pauta de participación en elecciones generales se ha mostrado regular: mientras las de cambio han registrado una participación oscilante entre el 75% y el 80%, las de continuidad descienden hasta el 70%. No obstante, esta pauta se rompe en 2008 como consecuencia de la polarización política y que elevó la participación por encima del 75%. Por contraste, en las de 2011, pese a ser de cambio, la participación descendió por debajo del 70%.



Durante la transición [1977-1982] se estableció un sistema de partidos categorizable como de pluralismo limitado, con predominio de los partidos moderados en cada uno de los ámbitos del espectro ideológico (UCD en la derecha y PSOE en la izquierda). Tanto en 1977 como en 1979 [primeras constitucionales] la UCD ganó las elecciones por mayoría relativa. Este sistema de partidos fue resultado de la distribución de preferencias políticas en las primeras elecciones democráticas: mientras el PSOE ocupó el centro-izquierda del espectro ideológico y UCD ocupó el centro-derecha. Así, los sectores protagonistas durante el franquismo ocuparon posiciones secundarias: mientras en la izquierda los comunistas quedaron relegados por el PSOE, en la derecha, AP tuvo que conformarse con una posición más secundaria aún respecto a UCD.


Así las cosas, el protagonismo político de la transición recayó sobre los sectores jóvenes y moderados procedentes del antiguo régimen [UCD] y de la oposición [PSOE]. Este binomio de juventud y moderación operó para satisfacer el deseo de romper con el pasado, que, dando lugar a un sistema de partidos de pluralismo limitado, provocó que los partidos moderados [PSOE a la  izquierda y UCD a la derecha] ocupasen el grueso del espectro político, dejando poco margen de actuación a los partidos más radicales [AP y PCE].
El análisis electoral de la transición democrática conduce a señalar tres factores explicativos que devienen en sus variables independientes:
(1) Liderazgo. Tratándose de un factor sobresaliente del proceso electoral de 1977, se debió a la calidad de los líderes que protagonizaron la transición, así como al tipo de transición implementada. A diferencia de la Política de Calle propia de la movilización popular de los años 30s, la política de la transición estuvo protagonizada por unas élites pautadas bajo la moderación y el consenso que presidió el debate constitucional y los pactos de la transición.
(2) Memoria Histórica. Este factor ayuda a explicar dos cuestiones: (a) El mapa electoral de la transición a partir de la transmisión intergeneracional de preferencias políticas y de la relativa continuidad entre la implantación de la coalición republicano-socialista en los 30s y la izquierda [socialista y comunista] de los 70s y, por otro lado, la implantación de la CEDA en los 30s y del centro-derecha de los 70s [AP y UCD]; y (b) La adaptación de estas preferencias a un marco distinto que se define por oposición con el entorno de los 30s. Si el marco de los 30s se definió por la ruptura, la política de bloques y la confrontación, el de los 70s se caracterizó por el reformismo, la negociación y el consenso. En suma, las elecciones de la transición son interpretables como una reanudación de las preferencias políticas de los 30s, pero, sobre todo, como un ejercicio de memoria colectiva para encuadrar aquéllas en un marco cualitativamente distinto. Sin duda, los resultados electorales de este periodo fueron el efecto de este [exitoso] ejercicio. 
(3) Referéndum sobre la Reforma Política. Las elecciones de los 70s (en particular las primeras), estuvieron condicionadas por el resultado del referéndum sobre la Reforma Política, celebrado cuando los partidos de la oposición aún no estaban legalizados ni contaban con implantación organizativa alguna. Suárez obtuvo la confianza del electorado debido a un componente de  memoria colectiva [auto-protección frente a aventuras inciertas] y a un componente de voto deferente [por la dificultad de obtener información acerca de las opciones existentes y su significado]. Suárez obtuvo un éxito inapelable en sus dos frentes contra: (a) La oposición antifranquista [abstencionistas], consiguió una participación del 78%; y (b) Los continuistas del régimen consiguió un 94% votos afirmativos: tres de cada cuatro votantes apoyaron el proyecto. El éxito del referéndum se debió a la habilidad de plantearlo como un dilema entre Continuidad vs. Reforma, a la decisión racional de los votantes [comportamiento relativamente independiente de sus preferencias políticas], al hábito de voto deferente arraigado durante el franquismo [mezcla de temor y prudencia] y a la falta de información acerca del significado cada opción.
Este éxito de Suárez sentaba las bases del sistema electoral preconstitucional y que ha funcionado sin apenas modificaciones desde entonces. Las transformaciones económicas y demográficas de los 60s y 70s concentraron la población en los territorios donde el Frente Popular obtuvo sus mejores resultados en 1936. El sistema proporcional corregido propuesto en la Ley de Reforma Política introdujo un mínimo de representación por provincia (con independencia de su población), que permitió funcionar al sistema como mayoritario allí donde más conservadores eran los electores y como proporcional allí donde más posibilidades de victoria tenía la izquierda. Gracias a esta astucia electoral UCD venció en la práctica totalidad de las circunscripciones provinciales sobrerepresentadas (en relación a su población), obteniendo así un importante suplemento de escaños (por encima del porcentaje de votos). Así, socialistas y comunistas superaron en votos al centro-derecha en 1977, pero éstos consiguieron 39 escaños más que aquéllos. 
Con estas premisas, la piedra angular de las elecciones de 1977 fue el pacto entre Suárez y Carrillo por el que aquél legalizaba el PCE mientras éste aceptaba la triple condición sine qua non de todo el proceso de reforma [monarquía, ejército y bandera]. Ironías de la historia, ninguno de los dos culminó la transición: el uno fagocitado por la derecha que le aupó al gobierno y el otro barrido por el aluvión socialista de 1982. Entretanto, los principales líderes acertaron a encontrar el camino de la transición. Los líderes que pasaron la criba de las primeras elecciones fueron aquellos que supieron prestar más atención a las precauciones y cautelas de un electorado que no estaba dispuesto a arriesgar su estatus económico en apuestas de dudosa eficacia. Ello explica las rectificaciones en las estrategias y la dificultad de mantener sus iniciativas reformistas y rupturistas. Al final, ni la reforma terminó como deseaban los aquéllos, ni la ruptura funcionó como esperaban éstos. Esto tuvo dos implicaciones: la reforma fue más allá de lo previsto [dando lugar a una Constitución homologable con Europa] y la imposibilidad de ruptura evitó la repetición de algunos errores de los 30s. 



Esta segunda etapa del sistema de partidos es susceptible de dividirse en dos fases: (1) Desde las elecciones de 1982 hasta las de 1993 prevaleció un sistema de partido predominante/hegemónico en el que el PSOE obtuvo tres mayorías absolutas consecutivas; y (2) Entre 1993 y 2000, prevaleció un sistema bipartidista con el apoyo de los partidos nacionalistas para formar mayorías de gobierno, tanto en la última legislatura socialista, como en la primera de gobierno popular. En conjunto, esta etapa post-transicional puede analizarse en base a siete ítems conceptuales.


(1) Voto Ideológico. Con el hundimiento de UCD y el realineamiento del sistema de partidos, el factor explicativo de la hegemonía socialista es el voto ideológico: dada la proximidad entre la posición del votante medio en el eje izquierda-derecha y la del PSOE, su posición era inexpugnable. El PSOE ganó esta posición con dos movimientos estratégicos: radicalización para obstaculizar al PCE y moderación para ocupar el centro político aprovechando la autodestrucción de UCD y que, iniciado renunciando al marxismo [1979], culmina con la promesa del cambio [1982].
(2) De lo Ideológico a lo Transversal. El PSOE comenzó a perder esta posición cuando, a principios de los 90s, la irrupción de los escándalos desplaza la pugna política de lo ideológico a lo transversal [paro, despilfarro o corrupción]. En este contexto, la contienda política se ubica en la polarización mediática [Política del Escándalo]. Aunque el PSOE no perdió su posición central, sí que comenzó a devaluarse por el debilitamiento del voto ideológico.
(3) UCD. UCD era consciente que su posición central constituía su principal activo político, la cual devino en el objetivo de cinco partidos con diferentes connotaciones ideológicas, aunque esto no aliviase la orfandad de un votante de centro a merced del PSOE. AP pasó de la marginalidad a principal partido de la oposición. 
(4) La Campaña Electoral de 1982: Volatilidad Electoral para una Década Moderada. Mientras UCD escribió el manual de lo que no se debe hacer en campaña, el PSOE solo erró prometiendo 800.000 puestos de trabajo, por mucho que, según Guerra, el papel lo aguante todo. No obstante, el PSOE se aprovechó de este tipo de promesas, toda vez que la razón de su triunfo fue el «mal gobierno de la UCD» y el «deterioro económico». Otro aspecto a destacar fue la elevada participación electoral [80%] como resultado de que se aprendió que la mejor respuesta ante los intentos de desestabilización política [terrorismo o golpismo] era votar para legitimar el sistema. UCD perdió casi 5 millones de votos, de los que 3 se transfirieron a AP y 1,2 al PSOE, el cual, además, atrajo otro millón del PCE y dos más de nuevos votantes y abstencionistas, todo lo cual originó el nivel más alto de volatilidad electoral registrado. La mayoría absoluta del PSOE en 1982 era el triunfo de la izquierda y el triunfo de lo nuevo [Generación González] sobre lo antiguo [Generación Carrillo-Fraga]. Este éxito electoral es coherente con la dinámica de la transición, a la que sirve de corolario.
No obstante, no sería correcto deducir una situación de hegemonía de la izquierda. Lo característico de la triple mayoría absoluta del PSOE en los 80s no es el resultado de la competición en el eje izquierda-derecha, sino el de un bloqueo organizativo de la derecha, incapaz de culminar la transición y del que emerge un partido ómnibus. De hecho, las políticas socialistas de los 80s no suponen una ruptura radical con las de UCD hasta bien avanzada la etapa socialista. Así pues, los 80s fue una década moderada. Los principales logros de la primera legislatura socialista fueron de corte nacional, más que ideológicos: mientras la política económica fue de ajuste, estabilización y saneamiento, la exterior se limitó a culminar los objetivos de UCD. Gracias a esta moderación se pudo normalizar el proyecto nacional formulado durante la transición y cumplir con el proyecto orteguiano de integración europea como vía de superación de las Dos Españas y de liquidación del problema español.


(5) La Campaña Electoral de 1986: El Buen Camino. A partir de las elecciones de 1982, el PSOE estuvo libre de competencia y de oposición política hasta finales de los 80s. Las de 1986 reflejaron esta situación, una vez el PSOE hubo logrado los principales objetivos nacionales [saneamiento económico, consolidación democrática e integración europea]. Esta coyuntura le permitió presentarse a las elecciones de 1986 con una estrategia de partido dispuesto a atender las demandas de casi todos los sectores sociales. La revalidación de la mayoría absoluta no requirió del cumplimiento de inoportunas promesas electorales: durante la legislatura la valoración de la situación política fue superior a la de la situación económica y los niveles de aprobación de González oscilaron el 60% [los más altos de la democracia]. La sensación de que podía disfrutarse de la democracia sin temor era poderosa: el país iba por buen camino.
(6) La III Legislatura [1986-1989]: La Deuda Social. Tras la integración europea, la economía creció a ritmos de los 70s, impulsando el proceso de modernización. Los eventos de 1992 esperaban en un entorno político marcado por la estabilidad del gobierno y la descomposición del principal partido de oposición. No obstante, durante la segunda legislatura la oposición estuvo fuera del Parlamento: la alianza UGT-CCOO significó unidad de acción porque el desencuentro entre PSOE y UGT era insuperable dada su distinto enfoque de las políticas redistributivas. Mientras el gobierno pretendía avanzar en las reformas, los sindicatos reclamaban la deuda social. Estas hostilidades se abrieron con la reforma del sistema de pensiones y culminaron con una huelga general sin precedentes [1988]. ¿Resultado? Los sindicatos lograron medidas redistributivas en pensiones, sanidad y desempleo, mientras el gobierno no logró apoyo sindical alguno. Así, se inició una progresiva erosión de la autoridad del gobierno y la pérdida de lealtad de los trabajadores.  


(7) Dinámica Electoral de los 90s: El Fuego Cruzado. La etapa socialista sirvió para la expansión y desarrollo del Estado de bienestar. El nuevo sistema educativo, el aumento de la esperanza de vida o el paro otorgó protagonismo social a los jóvenes, pensionistas o parados, en base al que el PSOE mantuvo su apoyo electoral entre 1986 y 1996 [9 millones de votos] pese al desgaste derivado de su tarea de gobierno: reemplazó los votantes perdidos por sus políticas fiscal y laboral por los beneficiados de sus políticas de bienestar, amenazados por el acceso al gobierno de un partido neoliberal.



Este intercambio electoral explica el fuego cruzado que presidió las elecciones de la alternancia en los 90s entre: (a) Una oposición a la ofensiva que había conseguido unificar el voto de centro-derecha y se encontraba en un entorno mediático polarizado predispuesto a colaborar en operaciones de acoso y derribo; y (b) Un gobierno a la defensiva [acorralado por los escándalos y bloqueado por su división interna] con poco margen de maniobra por la crisis económica y el rigor presupuestario derivado de la convergencia monetaria europea. ¿Cuáles eran las alternativas para el votante? (a) El impacto de la crisis socialista y los escándalos asociados; o (b) El efecto de las políticas sociales implantadas durante la etapa socialista. Dado que la corrupción no llegó a ocupar el centro de la agenda política de los ciudadanos, ganó quien apostó por el apoyo a las políticas sociales implantadas por los socialistas y la desconfianza hacia el PP. Ambos factores atenuaron el impacto electoral de los escándalos.



Aunque en 2000, el PP consiguió una mayoría absoluta que parecía inaugurar un nuevo periodo de partido predominante, desperdició esa posibilidad en su segunda legislatura, regresando el PSOE al gobierno en 2004 y con él el sistema de bipartidismo necesitado de apoyos nacionalistas. Esta tercera etapa en la evolución del sistema de partidos se caracterizó por una distribución equilibrada del voto entre izquierda y derecha, lo que convirtió a los partidos nacionalistas en árbitros de la situación política entre 1993 y 2000. En su primera legislatura de gobierno, el PP activó una estrategia de negociación con los agentes sociales con buenos resultados económicos y políticos. No obstante, un uso inadecuado de la mayoría absoluta lograda en 2000 puso en riesgo su continuidad al frente del ejecutivo. La crisis provocada por el 11M en 2004 fulminó esta expectativa, dando lugar a una nueva alternancia en un sistema similar al de los 90s. Este periodo queda caracterizado por los siguientes cinco ítems electorales y legislativos:
(1) El Voto Económico del 2000. Las elecciones de 2000 pasarán a la historia de España como las primeras elecciones que registraron una victoria de un partido de centro-derecha por mayoría absoluta. José María Aznar, el millón de votantes de izquierda transferidos al PP y otro tanto de voto de izquierdas abstencionista fueron las principales causas. La combinación de bonanza económica y diálogo social fue fundamental en esta transferencia de electores. La situación política de las elecciones de 2000 era distinta de la de 1996.
Mientras las elecciones de 1996 estuvieron condicionadas por la incertidumbre sobre la estrategia del PP, la legislatura 1996-2000 despejó las incógnitas: del discurso antinacionalista se pasó a la coalición y de las proclamas neoliberales al diálogo social. Así, la victoria de 1996 propició un giro estratégico del PP cristalizado en una combinación de bonanza económica y paz social. En cambio, en 2000 Aznar aprovechó una coyuntura de disonancia entre la evaluación racional y el componente ideológico del voto: mientras la posición ideológica del votante medio se auto-ubicaba un punto más cerca del PSOE que del PP, percibía al PP mejor gestor de las políticas públicas [en particular, económicas].
(2) Una VI Legislatura Económica y ¿Política? La legislatura estuvo marcada por una bonanza económica apoyada en el examen de convergencia previo a la integración en la Unión Monetaria y en los resultados del diálogo social, registrándose una mejoría de la percepción de la situación económica sin precedentes en la historia demoscópica: el España va bien tamizó la percepción de la situación política. Otro tanto ocurrió con la valoración de la gestión del gobierno. La economía se impuso sobre la política y los argumentos de eficacia sobre cualquier otra consideración.


(3) Polarización de la Campaña Electoral de 2000. Mientras la estrategia del PP relataba Hechos [culminados con una segunda revolución fiscal], la antigua estrategia del PSOE de estigmatizar el derechismo del PP perdía su sentido. En su lugar, se impuso un pacto electoral con IU para redefinir el espectro ideológico y reactivar el voto ideológico de la izquierda. Esta estrategia apoyó un discurso posicional que presidió un Almunia orientado hacia lo próximo para apelar a la ideología con el fin de corregir la disonancia entre un gobierno de la derecha y la existencia de una mayoría social de progreso. La tensión entre estos dos polos se resolvió en base a dos factores clave: la evaluación de la acción de gobierno y la apelación a la ideología de los electores. Aunque, en términos de ubicación ideológica, el conjunto del electorado seguía estando más cerca del PSOE que del PP, a la hora de evaluar a los partidos, se valoraba mejor las políticas populares que las socialistas. En suma, esta situación ejemplifica la tensión decisoria de un electorado desgarrado entre su mayor proximidad afectiva al PSOE y su mejor evaluación racional del PP.
(4) Al Qaeda como Candidato en las Elecciones Generales de 2004. A pesar de unos pronósticos que le situaban cinco puntos por debajo del PP, el PSOE superó estos sondeos electorales mediante unos mecanismos comunicativos arbitrados en la batalla mediática librada tras los atentados del 11M. Movilizó a dos millones de electores [la mayoría tras el 11-M] y la mitad manifestó que la razón de su voto fue el 11M. Por tanto, el rasgo distintivo de estas elecciones fue el protagonismo de los media, cuya presencia colonizó la relación partidos-ciudadanos hasta el punto de no saber si la política percibida se corresponde con la oferta partidista o es simplemente un producto mediático. En esta situación, para el votante medio, percepción política y agenda mediática se solapan hasta confundirse, si bien su relación con los medios es ambivalente: los necesitan para informarse pero no confían en ellos plenamente debido a sus alineamientos político-ideológicos. De hecho, la radio [SER] fue la protagonista mediática de la crisis, incluso para los votantes del PP, los que en mayor medida desconfiaban del conflicto de encuadres desarrollado desde las manifestaciones del viernes, radicalizado con las detenciones de islamistas del sábado y convirtiendo la jornada de reflexión en una batalla mediática sin precedentes.


Para muchos la victoria socialista es el resultado de una transferencia de responsabilidad de los atentados del 11M a la guerra de Irak. Para los votantes socialistas, el esquema de justificación del voto tiene dos fases: el relato de los hechos confirma la atribución de responsabilidad y la apelación a la manipulación informativa, consagrando el encuadre de El País y la Ser. Si bien al principio hubo resistencia a aceptar un encuadre alternativo al del gobierno, una vez activado el encuadre de los medios, se impuso la sospecha de que el gobierno estaba culminando su larga trayectoria de arbitrariedad informativa. Así, el gobierno quedó atrapado en un bucle: mientras la transferencia de responsabilidad desde los atentados hacia la guerra de Irak remitía a un tema de manipulación sobre las armas de destrucción masiva, las contradicciones entre el encuadre oficial y las detenciones del sábado alimentaban la atribución de responsabilidad por manipulación [uso partidario de la lucha antiterrorista].
(5) Polarización durante las Elecciones de 2008 y la VIII Legislatura. Un rasgo característico de nuestra democracia es la combinación de la moderación del electorado y la polarización política, la cual es atribuible a la influencia del sistema mediático como factor de polarización, propio de los sistemas mediáticos de pluralismo polarizado [países mediterráneos]. De hecho, mientras la primera ola de polarización [final de la etapa socialista] tuvo lugar en un momento de máxima polarización mediática [liberalización del medio televisivo y la lucha por el control de conglomerados mediáticos], la segunda ola de polarización [segunda legislatura popular] puso de manifiesto que los partidos se muestran receptivos a las demandas del votante mientras tratan de conseguir su voto, pero se radicalizan después traicionando sus intereses mediante apuestas de alto riesgo electoral. Esta opción estratégica por la polarización se explica como opción racional de los partidos [achicar el centro incentivando a sus potenciales habitantes para que lo abandonen y se alineen con uno de los frentes en conflicto] porque esta polarización: (a) Aumenta la inseguridad de los votantes menos ideológicos y más moderados, facilitando el cierre de filas en torno a dos bandos ideológicos atrincherados; (b) Induce respuestas simétricas del adversario político que generan una espiral de amenazas e incertidumbres; (c) Achica el espacio ideológico de centro, como consecuencia del abandono del juego político y del consiguiente refugio en la abstención.


Durante la legislatura 2004-2008 se sucedieron tres importantes factores de polarización [negociación del Estatut, negociación con ETA y discusión sobre la Ley de Memoria Histórica] que no contemplados en el programa electoral del PSOE, sino que fueron resultado de la propia dinámica de polarización, lo cual generó incertidumbre en la opinión pública ante un gobierno incapaz de ser titular de la definición y control de su propia agenda. Por otro lado, estos factores se saldaron con fracasos del gobierno en el terreno de la comunicación y gestión de la agenda, con lo cual se vio obligado a rectificar. Esta agenda política creó un clima de opinión tenso que desembocó en unas elecciones polarizadas en las que aumentó el bipartidismo, lo cual benefició a PSOE y PP porque ganaron en número de votos: su participación en el electorado aumentó del 80% de los votos [2004] al 84% [2008]. No obstante, esta dinámica polarizada tuvo también efectos contraproducentes para ambos partidos: mientras se volvió contra el PP porque movilizó a la izquierda, alejó al PSOE del votante medio, lo que debilitó su posición estratégica:  la distancia entre el PSOE y el votante medio en el eje izquierda-derecha pasó de dos [1996] a ocho décimas [2008]. Así mismo, el eje centro españolista vs. periferia nacionalista muestra que la apuesta catalana de Zapatero y el proceso de paz reportó al PSOE media docena de diputados en Cataluña y en el País Vasco, en tanto que el PP consiguió otros tantos en las CCAA que ya gobernaba y en Andalucía.



El hundimiento electoral del PSOE en 2011 da de nuevo la oportunidad al PP de establecerse como partido predominante, partido capaz de obtener mayorías absolutas consecutivas. ¿Conseguirá Rajoy lo que no consiguió Aznar? Sin duda, los efectos de la crisis financiera global han tenido y tendrán consecuencias sobre un cuerpo electoral que, en esta cuarta etapa, queda caracterizado por cuatro dimensiones analíticas:
(a) De la Negación a la Salida Social de la Crisis. La segunda legislatura ZP estuvo marcada por la crisis económica y la incapacidad para encontrar una salida porque el gobierno no supo enfrentarse a ella. Tras la negación de la crisis, la acción de gobierno se encuadró en la salida social de la crisis evitando descargar sus costes sobre sectores sociales sin responsabilidad en su origen. No obstante, el gobierno cedió la iniciativa a los agentes sociales, opción que se saldó con un fracaso del diálogo social y la subsiguiente presión financiera, sequía crediticia y caídas bursátiles. Como respuesta a las exigencias de reformas, el gobierno anunció en 2010 reformas laborales y de pensiones que, cuestionando la coalición entre gobierno y sindicatos que había prevalecido hasta entonces, originó una coalición negativa entre los media [hostigamiento] y los agentes sociales [neutralización gubernamental]. Todo ello bloqueó la acción ejecutiva, que desistió en su empeño reformista, sustituyéndolo por un abracadabrante Pacto de Zurbano. Sin querer tomar medidas unilaterales por no estar suficientemente elaboradas y no querer asumir sus costes de implantación, Zapatero propicia que los mercados financieros carguen de nuevo tras la crisis de la deuda griega. Así, en mayo de 2010 éstos castigaron severamente la indecisión del gobierno con caídas bursátiles superiores al 10%, lo que condujo a la UE al rescate de la moneda única.
(b) Plan de Ajuste y Reforma Laboral: Acuerdo Social y Económico. Tras la llamada de Obama exigiendo medidas resolutivas, Zapatero anunció un plan de ajuste basado en la reducción del salario de la Función Pública y la congelación de las pensiones. Ante este ajuste, los sindicatos convocan una huelga general que rompe la paz social, comenzando el período de mayor polarización política de la legislatura. Tras un nuevo fracaso del diálogo entre CEOE y sindicatos, se anuncia una reforma laboral que abarata y simplifica el despido y tiene dos consecuencias: alivia la presión financiera y el gobierno tiene que afrontar la ruptura definitiva de la paz social. Tras la huelga general, en enero de 2011 se alcanza un pacto social [con el apoyo de la mayoría de actores económicos y políticos] que supone el retraso de la edad de jubilación y la modificación del período de cálculo de las pensiones, es decir, lo que fue bloqueado un año antes por la coalición negativa, pero que ahora recibe el beneplácito de los agentes políticos, económicos, sociales y mediáticos. Con este Acuerdo Social y Económico se restablecía la paz social y Zapatero aparecía ante la UE como capaz de encontrar soluciones por sí solo.


(c) La Crisis como Escenario Electoral. Entre el estallido de la crisis [otoño de 2008] y la terapia [primavera de 2010] transcurrió media legislatura y existía poco margen para que las medidas adoptadas tuvieran efectos positivos pre-electorales. La economía se estancó en los cinco millones de parados, lo que propició un escenario electoral centrado en la crisis. Pese a los intentos de Zapatero por presentarse como adalid de las reformas, no pudo contrarrestar la imagen de un gobierno sin rumbo que condujo a la implosión del electorado socialista. El 2011 fue un año de severas derrotas socialistas en las sucesivas convocatorias electorales.
(d) Voto Económico de Castigo. Por su parte, un PP que aprendió la lección de 2008 [la polarización movilizó a la izquierda], apostó por una estrategia de bajo perfil, consistente en dejar fluir el desgaste del gobierno ante la crisis y, a medida que se acercaban las elecciones, en dormir el partido atendiendo a una agenda monotemática tomada de la agenda pública de los ciudadanos. Dado que en ésta no había sitio más que para las preocupaciones económicas, el PP se atuvo a esta temática tanto en las elecciones municipales de mayo como en las generales de noviembre, facilitando un voto económico de castigo a la gestión del gobierno que condujo al hundimiento del PSOE. Así las cosas y para enfriar la campaña, quedaron fuera de campaña temas como la corrupción [evitándose los costes electorales del caso Gürtel] o el terrorismo [evitándose los beneficios electorales del cese de la violencia etarra]. El resultado es bien conocido, pues así como las elecciones de 2008 habían conseguido la participación más alta en unas elecciones de continuidad [75%], las de 2011 registraron la participación más baja en unas elecciones de cambio [69%]. La principal factura la pagó el PSOE, que perdió cuatro millones de votos: un millón transferido a la izquierda, otro a la derecha, en tanto que el tercio restante se fue a la abstención.


CLICA AQUÍ para acceder a UNED store