La CULTURA POLÍTICA

Apuntes para PRUEBA PRESENCIAL Fundamentos de Ciencia Política I
(Grado de Ciencia Política y de la Administración -UNED)



1. DEFINICIÓN DE CULTURA POLÍTICA. El concepto de cultura política…

COMPRENDE el sistema de valores, reglas morales, creencias, expectativas y actitudes compartidas por los miembros de una sociedad con relación al sistema político y al contexto social.

REFLEJA el modo en que las personas piensan y perciben la vida política.

CONSISTE en una serie de actitudes hacia la autoridad, el gobierno y la sociedad ampliamente compartidas por la población de un país.

Tratándose de un fenómeno real de la Psicología Social susceptible de verificación empírica mediante estudios de opinión pública, es una combinación de elementos que, en conjunto, modulan las actitudes de los ciudadanos hacia la política. Aunque muchos países tienen una CULTURA POLÍTICA DOMINANTE (serie de actitudes ampliamente compartidas por las élites políticas y el grueso de la población), el antropólogo R. Linton afirma que casi todos los países integran también una o más subculturas políticas (cultura política que se desvía de la cultura dominante en aspectos cruciales) [1].

Los componentes esenciales de la cultura política son:

(#1) VALORES. ¿Cuáles son las fuentes de los valores políticos?

En algunos casos, las ideas en las que se basa la democracia (libertad individual, igualdad, tolerancia o el bienestar social) son la fuente principal de los valores políticos [2].

El nacionalismo puede ser también una fuente de valores políticos, a través de vínculos afectivos con el país que van desde el patriotismo moderado hasta el hipernacionalismo militante.

A veces, la religión puede constituir en sí misma un valor político. En Estados Unidos, a pesar de la cantidad de religiones que cohabitan, la religión impregna el discurso político. Es impensable que un político pueda acceder a la presidencia de Estados Unidos con un discurso aconfesional. Esta penetración de la religión en la política se asienta sobre unas actitudes sociales muy extendidas. Al contrario, los valores fundamentales de la cultura política en Francia afirman el laicismo como ingrediente propio e irrenunciable y se reivindica la ausencia de la religión en la esfera pública. Las confesiones cristianas (como el catolicismo, el protestantismo y la ortodoxia oriental) han intervenido en la formación de los valores sociales y políticos de muchos países. Por su parte, el confucianismo ha ejercido una profunda influencia en los valores asiáticos de países como China, Taiwán y Singapur que acentúan el respeto a la autoridad y las responsabilidades del individuo para con la comunidad y perciben las nociones occidentales del individualismo y de la libertad de expresión como amenazas para la armonía social y el orden político. El Islam ha influido igualmente en la cultura política de muchas sociedades de Oriente Medio, África y varios países de Asia con sus implicaciones políticas y sociales respecto al papel de la mujer y la responsabilidad del Estado en la aplicación de la ley y las costumbres islámicas. Asimismo el Hinduismo en India y el  Shintoismo en Japón han marcado la forma en que estos países perciben la política.

(#2) NORMAS SOCIALES. Muy relacionadas con los valores políticos y sociales, las normas sociales definen lo que está bien y mal en el contenido de las políticas del gobierno y en la aplicación de la ley.

(#3) CREENCIAS. Las creencias generales sobre la naturaleza de la política también son una parte esencial de la cultura política de un país. Las personas que pertenecen a una determinada cultura pueden percibir que su sistema político es transparente y accesible por lo que en el juego de la política todos tienen opciones de ganar algo. En cambio, desde una cultura política diferente, las personas pueden percibir la política como un ámbito opaco, un coto vedado de élites distantes que exigen obediencia y juegan al favoritismo, como un juego de suma cero en el que los ganadores lo obtienen todo a expensas de los perdedores.

Un elemento central del sistema de creencias políticas de un país es la confianza en el gobierno. Esta confianza está disminuyendo en la mayoría de las democracias consolidadas.

Las creencias sobre la política influyen en las EXPECTATIVAS de la gente sobre cómo funciona sus sistema político. En las democracias más consolidadas, los ciudadanos esperan que se celebren elecciones regularmente. Así mismo, la sociedad alberga la expectativa general de que los políticos y otras élites se atengan estrictamente a la ley y que, si no lo hacen, sufran graves consecuencias.

2. SOCIALIZACIÓN POLÍTICA Y PSICOLOGÍA. La cultura política está compuesta por una serie de valores y actitudes aprendidos y transmitidos mediante el proceso de socialización política: proceso mediante el cual los individuos aprenden el comportamiento político e interiorizan los valores y las actitudes hacia la política predominantes en su entorno. Este proceso se arbitra mediante un agente primario de socialización (la familia) y otros agentes secundarios (escuela, trabajos, fuentes de producción informativa y cultural, asociaciones o las iglesias).

Leon Festinger
Los CULTURISTAS acentúan la influencia de la cultura política como una VI que moldea la conducta. Las actitudes de los ciudadanos están profundamente influidas por las orientaciones culturales de la sociedad en la que estos individuos viven. Desde la Psicología se han proporcionado estudios sobre los procesos cognitivos que se alejan de los supuestos de racionalidad pura.

Th. Adorno caracterizó la Personalidad Antidemócrata en base a una adhesión incondicional a los valores convencionales, una tolerancia baja con la ambigüedad o la incertidumbre y la confianza en la superstición en lugar de la lógica.

L. Festinger describe cómo muchas personas, cuando se enfrentan a una información contraria a sus opiniones, preferencias o inclinaciones, encuentran maneras para ignorar o justificar los mensajes incongruentes con sus disposiciones previas, en lugar de cambiarlas para ajustarlas a los hechos que tienen ante sus ojos. Incluso, evitan información que no encaja con sus creencias.

3. ESTUDIOS SOBRE CULTURA POLÍTICA. Nos centraremos básicamente en 4 aportaciones:

(#1) PLATÓN Y ARISTÓTELES. Concedieron mucha importancia a las actitudes básicas de las personas hacia la autoridad, considerando que algunas de esas actitudes favorecían la democracia y otras eran incompatibles con ella.

Alexis de Tocqueville
(#2) ALEXIS DE TOCQUEVILLE (La Democracia en América, 1835-1840). Analizando la democracia americana, en lugar de hablar de cultura política, hablaba de costumbres o mores (hábitos y comportamientos ampliamente compartidos por la sociedad). Tales costumbres son el estado moral e intelectual íntegro de una persona y sentía especial interés por las costumbres políticas (hábitos del corazón y mentales que intervienen en la formación del comportamiento político). Las costumbres de los americanos se caracterizaban por el amor a la libertad, una actitud propagada por las religiones protestante y católica a través del sistema educativo y la familia. Las experiencias de cooperación social y gobierno a escala local habían ayudado a los ciudadanos a percibir apropiadamente el funcionamiento de la vida política. Estas actitudes eran más importantes que la propia constitución para explicar el éxito de la democracia porque las leyes son inestables cuando carecen del apoyo de las costumbres. Sin unas actitudes y hábitos apropiados, incluso las instituciones democráticas mejor concebidas tienen cimientos poco firmes.

(#3) MAX WEBER. Las instituciones políticas y económicas no pueden concebirse únicamente en sus propios términos. Las actitudes culturales derivadas de fuentes no políticas (religión, familia y las reglas de la lógica) pueden ejercer también una profunda influencia en la realidad económica y política. En concreto, analizó por qué los protestantes tenían una posición económica más ventajosa que los católicos y concluyó que, tradicionalmente, el protestantismo y el catolicismo habían concebido de forma diferente es ascetismo religioso (la vida austera): el protestantismo fomentaba más que el catolicismo la actividad empresarial y la acumulación de riqueza.

Sidney Verba
(#4) G. ALMOND & S. VERBA (La Cultura Cívica, 1963). Estudian la cultura cívica como una forma específica de cultura política supuestamente favorable al funcionamiento de los regímenes democráticos. Tras estudiar la cultura cívica de Estados Unidos, Reino Unido, República Federal Alemana, Italia y México, concluyen que las poblaciones de estos países pueden dividirse en 3 grupos:

(a) PARTICIPANTES. Están informados y tienen percepciones positivas sobre su sistema de gobierno (al que consideran legítimo y merecedor de apoyo), implicándose en otras formas de actividad política.

(b) SÚBDITOS. Disponen de menos conocimiento y apenas se sienten orgullosos de sus instituciones. Raramente votan, pero acatan la ley y respetan a las autoridades.

(c) PROVINCIANOS. Prácticamente no saben nada de política. Su mundo se limita a su pueblo, barrio o parroquia, siendo apáticos y desconfiados con su gobierno y los funcionarios.

Gabriel Almond
Todos los países tienen una mezcla de ciudadanos de cada tipo. Los países difieren en función de la cantidad relativa de cada categoría en proporción a su población total. Plantearon la hipótesis de que la democracia debía ser más estable en los países que disfrutaban de una cultura cívica (es decir, una combinación de cantidades significativas de participantes y súbditos y una cantidad pequeña de provincianos). La democracia no exige que todos sean participantes políticamente activos, sino una mezcla entre participantes y súbditos. Los países que más se aproximaban a esa combinación ideal eran Estados Unidos y Reino Unido. Afirmaron que el éxito de la democracia requería algo más que instituciones y leyes, también requería una cultura política compatible. Las dictaduras se asientan en una base cultural de actitudes de súbditos y provincianos, en la que los participantes políticamente activos constituyen una minoría. Las dictaduras no se sirven exclusivamente de la fuerza para gobernar. Se mantienen porque grandes segmentos de la población comparten ciertas actitudes y creencias que respaldan (o al menos, no cuestionan) el gobierno dictatorial. Por tanto, las actitudes y percepciones importan a la hora de explicar por qué algunos países tienen democracias estables y otros no.

4. DIMENSIONES DEL CONCEPTO DE CULTURA POLÍTICA. Podemos encontrar algunos patrones de actitudes y valores sobre la vida social y política que nos indican el tipo y grado de cultura política de la que participan los ciudadanos de un determinado país. Esencialmente, tenemos 3 categorías (dentro de cada una de las cuales, veremos las dicotomías que forman los extremos de su continuum).


4.1. Actitudes hacia la Autoridad (SUMISO vs. REBELDE). En un extremo, las personas pueden mostrarse sumisas con la autoridad, con una actitud de fatalismo y resignación. En el otro extremo está la rebeldía que rechaza la autoridad e intenta rebelarse contra ella. Pero hay varias posiciones intermedias:

(a) Las personas, sin ser sumisas, pueden ser respetuosas hacia la autoridad (como los súbditos de Almond & Verba). Estas personas respetan voluntariamente la autoridad, pero no pretenden entablar una relación directa con ella.

(b) Las personas pueden ser interactivas con la autoridad, queriendo participar en la toma de decisiones (como los participantes de Almond & Verba).

(c) Hay personas que se sienten alienadas respecto a la autoridad, están descontentas como para mostrarse sumisas o respetuosas.

(d) Finalmente hay personas rebeldes hacia la autoridad y hostiles hacia las instituciones hasta el punto de que emprenden acciones contra ellas, pudiendo manifestar un comportamiento disidente.

Las culturas políticas tradicionales tienen un elevado número de respetuosos y sumisos, de lo contrario peligra el orden público. Las democracias prosperan con una ciudadanía interactiva.

4.2. Actitudes hacia la Sociedad. Estas actitudes pueden recogerse en dos dimensiones:

CONSENSO vs. CONFLICTO. En un extremo están las personas con actitudes muy cooperativas hacia otros individuos y grupos sociales. Son tolerantes, tienen confianza interpersonal y muestran disposición al compromiso. En el otro extremo hallamos actitudes muy conflictivas hacia otros grupos sociales y personas, definidas por baja tolerancia, baja confianza interpersonal y nula propensión al compromiso.

COLECTIVISMO vs. INDIVIDUALISMO. En otro extremo encontramos individualistas más radicales con una mentalidad de cada uno se ocupa de sí mismo. Los defensores del INDIVIDUALISMO ECONÓMICO rechazan la intervención del gobierno y los defensores del INDIVIDUALISO EXPRESIVO creen que todos los individuos tienen derecho a decir lo que quieran y hacer lo que les plazca. Los individualistas radicales sitúan al individuo en el centro de la sociedad. En el extremo opuesto están los colectivistas radicales que, menospreciando los derechos y libertades individuales, ensalzan los derechos y actividades del grupo. Si los individualistas toleran un alto nivel de desigualdad social, los colectivistas radicales aspiran a lograr el máximo de igualdad posible en todas las facetas de la vida social (renta, poder o educación).

Se afirma que la cultura individualista apoya una economía de mercado, mientras que los colectivistas fomentan en mayor medida la intervención del Estado en la economía para promover la igualdad social. La cultura política que apoya los Estados de Bienestar se corresponde con un espacio intermedio: equilibrio entre la libertad del individuo y el bienestar del conjunto de la comunidad.

4.3. Actitudes hacia el Estado (ESTADO PERMISIVO vs. ESTADO INTERVENCIONISTA). En un extremo están los que apoyan un gobierno débil, que concede la máxima libertad al ciudadano. Los permisivos más radicales no desean ninguna intervención del gobierno en la economía, atribuyéndole un papel limitado y controlado en el mantenimiento de la ley, el orden y la seguridad internacional. Se acercan a posturas anarquistas, favorables a la desaparición del Estado. En el otro extremo están los que defienden la máxima intervención estatal en todas las facetas de la vida, incluido el control de la economía y la regulación de los conflictos sociales. Las elites políticas que apoyan este Estado, lo hacen para maximizar sus cuotas de poder sobre la población y la economía. Algunos ciudadanos también apoyan el intervencionismo, para que les proteja de ciertas contingencias (enfermedad, desempleo o crisis económicas). Están dispuestos a renunciar a algunas de sus libertades a cambio de la asistencia del Estado.

En muchas encuestas a distintos países se ha detectado de forma general una disminución de la confianza hacia el Estado, actitud que deja mucho espacio para la existencia de subculturas políticas. Las causas son las siguientes:

(#1) A medida que aumenta la incidencia de factores políticos y económicos exteriores (globalización), los gobiernos nacionales ven disminuir su autonomía para intervenir.

(#2) Creciente percepción de que los líderes políticos han fracasado en su obligación de responder adecuadamente a las expectativas e intereses de la ciudadanía. La corrupción es una manifestación de este fracaso.

(#3)  Excesiva radicalización de la contienda política y la falta de voluntad de compromiso y consenso entre partidos rivales. Se trata de un reflejo del deterioro general del capital social y de la escasa cooperación cívica en muchas democracias actuales.

La cultura política de cada país es una combinación de actitudes en las 4 dimensiones analizadas. Es razonable pensar que algunas combinaciones de actitudes serán más favorables que otras para el desarrollo de una democracia estable:


Las sociedades con un nivel alto de actitudes interactivas hacia la autoridad, un nivel alto de actitudes consensuales hacia la sociedad, un nivel intermedio de individualismo-colectivismo y un apoyo equilibrado a la intervención del Estado, tiende a favorecer el desarrollo de una democracia estable.


Las sociedades con un nivel alto de actitudes rebeldes o alienadas hacia la autoridad, un nivel alto de actitudes sociales conflictivas y de individualismo y un nivel alto de apoyo a un Estado permisivo y débil, tienden a estar implicadas en un conflicto civil constante.


Por último, las sociedades con un nivel alto de sumisión o respeto a la autoridad, un nivel alto de consenso y colectivismo social y un amplio apoyo a un Estado intervencionista, tenderán a corresponderse con Estados no democráticos bastante estables.

5. ¿CAMBIAN LAS CULTURAS POLÍTICAS? Todas las culturas políticas evolucionan y cambian, no son estáticas. En algunos casos, estos cambios se producen lentamente (cada dos o tres generaciones). En otros casos, ocurren más deprisa. Cuando segmentos clave de una generación concreta incorporan actitudes políticas distintas a las de la generación anterior, la cultura de ese país cambia. En la República Federal de Alemania, tras la Segunda Guerra Mundial tan sólo el 50% de la población consideraba la democracia como la mejor forma de gobierno. En 1972, este porcentaje era del 90% de la población.

5.1. Cambios Culturales en las Sociedades Posindustriales y en Vías de Modernización. R. Inglehart (1977) analizó como, a partir de la década de 1960, en Estados Unidos y Europa Occidental, comenzó a producirse un importante cambio en las actitudes de las democracias occidentales, produciéndose un aumento de los defensores de los valores posmaterialistas. En lugar de sentirse motivados principalmente por la necesidad de la seguridad económica, tendieron a implicarse en otras formas de comportamiento político (además del voto) y se mostraron preocupados por cuestiones relativas al bienestar de la comunidad. Recogiendo datos procedentes de 43 países (de la Encuesta Mundial de Valores), este autor encontró evidencia a favor de la Teoría de la Modernización y de la Posmodernización:

Modernización. A medida que las sociedades progresan desde economías principalmente agrícolas hacia la industrialización, las actitudes y los valores cambian. De la supervivencia se pasa a la búsqueda de la mejora económica personal. La seguridad material propia y la riqueza se convierten en la primera prioridad. Mientras las personas persiguen estos objetivos económicos, procuran conseguir más influencia política. En las sociedades premodernas con regímenes no democráticos, la industrialización y los cambios de valores que la acompañan promueven la democracia.

Posmodernización. En las sociedades más avanzadas económicamente de finales del siglo XX, las economías industriales se han convertido en economías posindustriales. El sector servicios ha reemplazado a la industria como fuente económica y de empleo. Las rentas nacionales y personales han aumentado. Un Estado de bienestar consolidado garantiza niveles de vida mínimos para los más desfavorecidos y prestaciones universales para todos. Bajo estas condiciones de prosperidad, la principal prioridad deja de ser la maximización de la riqueza material en interés propio y pasa a ser la maximización de formas no materiales de bienestar personal (p.e. un empleo satisfactorio). Políticamente, estos valores implican menos confianza en el Estado y menor respeto a la autoridad. Se quiere que el Estado intervenga menos, más independencia a la hora de votar, menos ataduras religiosas y mayor apertura hacia los derechos de las minorías (mujeres, homosexuales e infancia). Sorprendentemente, a pesar de su nivel alto de vida, muestran un mayor descontento con sus gobiernos.

Las democracias económicamente avanzadas muestran porcentajes más altos de ciudadanos con valores posmaterialistas. Los países más pobres son los que muestran niveles más bajos de valores posmaterialistas. El contraste entre materialismo y posmaterialismo se ve claramente en los países que experimentan un cambio económico veloz, como es el caso de Japón o Corea del Sur en los que se han producido grandes diferencias intergeneracionales.

Los países atrapados en graves crisis económicas y políticas tienden a alejarse del posmaterialismo. Este autor lo denomina REFLEJO AUTORITARIO. En las sociedades premodernas puede adoptar la forma de fundamentalismo religioso. En los países más industrializados puede generar una preferencia por gobernantes seculares poderosos. Las transformaciones económicas, el cambio político y las actitudes culturales interactúan de forma compleja, lo que genera pautas causales recíprocas.

Samuel Huntington
5.2. ¿Choque de Civilizaciones?  S. Huntington (El Choque de Civilizaciones y Reconfiguración del Orden Mundial) argumenta que la principal fuente de conflicto en el mundo contemporáneo no es económica, ni ideológica, sino cultural y se manifiesta en un choque de civilizaciones. La civilización es el nivel más general de la identidad de una persona y divide el mundo en 7 u 8 grandes civilizaciones: (1) Confuciana; (2) Japonesa; (3) Hindú; (4) Islámica; (5) Ortodoxa; (6) Occidental; (7) Latinoamericana; y (8) Posiblemente se esté formando una africana. Cada una de estas civilizaciones arranca de una combinación peculiar de historia y cultura. Para varias de ellas, la religión es el rasgo característico. Actualmente, las principales líneas de fractura en la política mundial están trazadas en las fronteras de estas comunidades culturales. Este autor afirma que Occidente, sin dejar sus valores democráticos centrales, debe abandonar la idea de que los rasgos de la civilización occidental (Estado de derecho, democracia pluralista, individualismo y separación Iglesia-Estado) son aplicables universalmente. La creencia de Occidente en la universalidad de su cultura es falsa, inmoral y peligrosa. Debe haber una aceptación internacional de la diversidad cultural y promover lugares de encuentro. La intervención occidental en los asuntos de otras civilizaciones es probablemente la fuente más peligrosa de inestabilidad y conflicto en un mundo de múltiples civilizaciones. La cultura política es una variable fundamental para entender el desarrollo económico y la democracia. Sin embargo, otros autores piensan que esta relación causal no está suficientemente probada. En cualquier caso, las (posibles) relaciones entre cultura política, desarrollo económico y democracia han sido objeto de preocupación constante entre investigadores y políticos.

6. LA DEMOCRACIA Y EL ISLAM. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el número de regímenes democráticos ha aumentado en los 5 continentes. No obstante, la democracia ha encontrado serias limitaciones para establecerse en los países con mayoría de población musulmana. Según datos de Freedom House en 2005 sólo el 13% de los musulmanes vivía en países libres. De los 44 países cuya población supera el 50% de musulmanes, sólo 8 países eran democracias electorales [3]. De estos 44 países, el 60% eran países no libres, el 36% eran parcialmente libres y sólo 2 países (Mali y Senegal) fueron clasificados como Estados libres. La escasez de democracias es especialmente llamativa en el área de Oriente Próximo (sólo Israel está incluido en la lista de países libres) y el Magreb. En el África subsahariana existe un 21% de Estados libres, un 41% en Asia y el Pacífico, un 71% en el continente americano y un 96% en Europa Occidental (con la única excepción de Turquía, considerada parcialmente libre). ¿Cuáles son las causas del déficit democrático de los países musulmanes? Sin existir acuerdo en las causas de esta excepcionalidad musulmana, básicamente encontramos 3 posibles explicaciones.


6.1. La Hipótesis de los Obstáculos Culturales. La visión según la cual la cultura política de los países con mayoría de población musulmana (en general, y la de los árabes en particular) está imbuida de autoritarismo encuentra sus raíces en el ORIENTALISMO, visión reduccionista que presenta al Islam como única fuente y motor exclusivo de la historia de los países musulmanes. La Falacia Orientalista busca causas comunes (siempre vinculadas al Islam) para todos los acontecimientos que suceden en los países musulmanes, sin tener en cuenta la existencia de otros factores. Presupone la existencia de un único Islam.

Para otros autores, este déficit democrático tiene su origen en la estrecha vinculación existente entre religión y política. En el caso del Islam, la actividad política constituye esencialmente una actividad religiosa. N. Ayubi (1996) afirma que la jurisprudencia islámica clásica ha influido en la teoría política islámica con los siguientes principios:

(#1) Los gobernantes deben guiarse en su tarea por el Corán y la Sunna (recopiladas en las hadices).

(#2) Los imanes (encargados del culto) deben asegurar la integridad de la comunidad creyentes (umma), velando por la aplicación de la sharia (ley religiosa que regula la vida social y personal de los musulmanes).

(#3) Los gobernantes deben consultar sus decisiones (shura) con los ulemas (expertos juristas en materia religiosa) para que su gobierno no se aparte de los principios del Islam.

(#4) Los ciudadanos no musulmanes no deben ser investidos de autoridad ni designados para el ejercicio de funciones públicas.

Como consecuencia de todo ello, el Islam adquirió un papel central en la esfera política. La mayoría de los regímenes políticos de los países musulmanes han revestido sus decisiones de cierta legitimidad religiosa, ya fueran autoritarios (Túnez de Burguiba), totalitarios (Irán de Jomeini) o más liberales (monarquía de Jordania).

No todos los autores han defendido la naturaleza global del Islam. La sharia no incluye una regulación precisa e inequívoca sobre cómo debe ser el sistema político (lo cual, explica la variación institucional que encontramos de unos Estados a otros). Muchos científicos sociales de países musulmanes se han mostrado en contra de la visión estrictamente orientalista de la cultura política islámica y han negado la existencia de un HOMO ISLAMICUS antropológicamente distinto del resto de los hombres. Politólogos musulmanes han destacado la existencia de instituciones islámicas clásicas que representan un sustrato protodemocrático: (a) La obligación del gobernante de consultar sus decisiones con los ulemas (shura); y (b) El ijtihad (instrumento para la adaptación del ordenamiento jurídico tradicional por cauces racionales). La reapertura del ijtihad es uno de los temas clave para los partidarios de la modernización del Islam y de una relectura reformista de sus principios.

6.2. La Hipótesis del Estado Rentista. Desde la economía política se ha explicado que la fuerte presencia de regímenes no democráticos en los países musulmanes se debe a la naturaleza rentista de muchos de estos Estados. Según Shambayati (1994) los países rentistas se caracterizan por obtener un porcentaje significativo de sus ingresos totales de una serie de rentas no productivas: exportación de materias primas sin transformar, préstamos de organismos internacionales, ayuda internacional, derechos de tránsito o remesas de divisas que envían los emigrantes. Estas rentas, ajenas a la actividad productiva, facilitan el equilibrio presupuestario y permiten incrementar el nivel de gasto público. A su vez, esto se traduce en un considerable peso relativo del Estado en la economía y en la existencia de bajos niveles de presión fiscal sobre la sociedad. Esto contribuye a desarticular las demandas de ciertos grupos a favor de mayores niveles de transparencia en el ejercicio de la función pública: evita la activación del principio clásico de no taxation without representation (no hay impuestos sin representación política) que tan fundamental fue para la emergencia de instituciones parlamentarias representativas en la Europa de los siglos XVII y XVIII. Si por añadidura el Estado maximiza el volumen de ingresos procedentes de rentas no productivas, puede entregarse a una intensa actividad redistributiva con el fin de mantener niveles aceptables de satisfacción popular sin sentirse obligado a reconocer ampliamente derechos civiles y políticos (p.e. monarquías petroleras del Golfo Pérsico). Además, puede bloquear la aparición de un burguesía autónoma ya que los bajos niveles de presión fiscal y el alto volumen de gasto público favorece el establecimiento de redes clientelares.

6.3. La Hipótesis de los Factores Políticos e Históricos. Es posible que la estabilidad de los regímenes dictatoriales establecidos en muchos países musulmanes se deba a factores estrictamente políticos. Los países occidentales han procurado mantener relaciones estables y estrechas con independencia de su sistema político o su respeto por los derechos humanos. El apoyo incondicional de algunas potencias occidentales a muchas dictaduras de la zona también se explica por el deseo de controlar, o al menos, de propiciar la estabilidad en una de las regiones del planeta que posee mayores recursos petrolíferos. Tenemos el caso de la cordial relación entre Estados Unidos y Arabia Saudí. Tales procesos explican la escasa renovación de las élites políticas y la estabilidad de muchos regímenes de la región.

Desde el 11 de septiembre de 2001, la aproximación estratégica de Occidente hacia los países musulmanes ha cambiado. Estos se enfrentan ahora a intensas presiones externas para liberalizar sus sistemas políticos. Los problemas vinculados al subdesarrollo, los altos índices de desigualdad, el tribalismo o la debilidad del estado poscolonial son otros factores políticos y económicos a tener en cuenta.

Tanto la hipótesis del Estado rentista, como la de los factores políticos parecen tener mayor valor explicativo para los países musulmanes árabes que para los musulmanes no árabes. A. Stepan & G. Robertson (2003) señalan que las dificultades para democratizarse no es un problema musulmán, sino una excepción árabe. Estos autores sostienen que entre 1972 y 2002 los países musulmanes que no pertenecían a la Liga Árabe presentaron niveles de competitividad electoral mucho más exigentes que los de los países árabes. Es más, sólo 5 de los 22 países de la Liga Árabe solicitaron a distintos organismos internacionales que supervisaran sus procesos electorales, mientras que sí lo hicieron 20 de los 25 países musulmanes no enmarcados en la Liga Árabe. Estos autores han calculado que el 50,5% de los musulmanes residentes en países de mayoría musulmana, pero no árabe, vive bajo sistemas políticos que permiten la competencia electoral, mientras que ningún país árabe cumple ese requisito.

CONCLUSIÓN. Es difícil afirmar que el déficit democrático que padecen los países musulmanes, árabes y no árabes, sea debido a la especificidad con la que el sustrato islámico ha marcado su cultura política.

6.4. El Islamismo y la Democracia. En las últimas décadas, la irrupción del islamismo ha sido la variable que más profundamente ha transformado el panorama político de los países árabes y musulmanes. Casi todos los Estados que nacieron tras la independencia de los países musulmanes experimentaron fuertes tendencias secularizadoras. Egipto, Siria, Irak, Jordania, Libia y Marruecos son algunos ejemplos. El desgaste de los modelos socialista y nacionalista propició la aparición de una fuente de contestación política al sistema desde el campo religioso, lo cual ha favorecido una revitalización religiosa que ha dado lugar a lo que hoy conocemos como islamismo. El islamismo tiene un componente reformista que no vincula con muchos movimientos intelectuales pasados y, muy en concreto, con la salafiyya [4]. El islamismo, en todas sus manifestaciones, ha tratado de difuminar aún más las fronteras entre política y religión. Muchos islamistas, son también fundamentalistas y, como tales, pretenden una vuelta a los fundamentos del Islam; de ahí, su apego a la literalidad de los textos sagrados. En muchos países, el islamismo moderado representa la única fuente de oposición política a los gobiernos no democráticos, como Marruecos. De hecho, Turquía estaba gobernada por un partido islamista moderado cuando en 2005 inició negociaciones de adhesión a la Unión Europea. El terrorismo islamista debe ser visto como una excepción a la regla, aunque por su brutalidad ha contribuido a estigmatizar la imagen del Islam como una religión violenta e intolerante.

7. ¿ES IMPORTANTE LA CULTURA POLÍTICA?

HIPÓTESIS Y VARIABLES. La existencia de una cultura política caracterizada por niveles altos de confianza y cooperación influye positivamente en la estabilidad de las democracias. La VD es la estabilidad de las democracias (medida en años de duración) y la VI es el nivel de confianza y cooperación que caracteriza a la cultura política.

Ronald Inglehart
EXPECTATIVAS Y EVIDENCIA. Si la hipótesis es correcta, cabe esperarse que los países con democracias estables se caractericen por tener una cultura política con niveles altos de confianza interpersonal y cooperación. Además, también esperamos encontrar que estos factores culturales influyen en la democracia, con independencia de otras variables como las instituciones políticas o los niveles de riqueza.

Inglehart ofrece sólidas evidencias de que los niveles de confianza interpersonal y de participación están muy correlacionados con la estabilidad de las democracias. La riqueza por sí sola no genera automáticamente la democracia. Por tanto, la democracia no se alcanza sólo introduciendo cambios institucionales o mediante la intervención de las élites. Antes bien, los factores culturales intervienen de forma independiente en la posibilidad de que surja o se estabilice una democracia.

R. Putnam (1993) se planteó por qué unas regiones de Italia tenían gobiernos más eficaces que otras. Descubrió que los factores económicos no lograban explicar estas diferencias de modo convincente. La clave residía en un aspecto de la cultura política (el capital social), es decir, el grado en que las personas confían unas en otras lo suficiente como para cooperar y formar asociaciones. Este capital social posibilitaba el establecimiento de redes sociales basadas en la confianza interpersonal y que facilitan la cooperación social y los intercambios económicos. Todo ello promueve el mejor funcionamiento de la democracia.

CONCLUSIONES.

Evidencias a favor de la hipótesis planteada:

(#1) Inglehart (1990) después de investigar el caso de 40 países, concluyó que la cultura política es un factor fundamental para explicar la supervivencia de la democracia.

(#2) Putnam evidenció que la cultura política representa una importante VI a la hora de explicar por qué la democracia funciona bien en algunos casos, mientras que en otros lo hace menos eficazmente.

Evidencias que cuestionan la hipótesis planteada:

(#1) Przeworski & Limongi (1997) demostraron que la ausencia de una cultura democrática previa no constituye necesariamente un obstáculo para que el régimen evolucione hacia formas democráticas. Una vez que existe la democracia, el único factor determinante para su supervivencia es que la renta per cápita mantenga un nivel mínimo. La cultura política representa una variable secundaria.

Robert Putnam
(#2) Críticas sustantivas a la obra de Putnam:

(a) La mera experiencia participativa que proporcionan las asociaciones no promueve necesariamente la interiorización de valores democráticos.

(b) Es cuestionable la validez de argumentos que se retrotraen siglos atrás. Putnam atribuye el origen del capital social al tipo de relaciones sociales y políticas de la Edad Media.

(c) Los argumentos de Putnam son sumamente deterministas. Rechaza la idea de que la democracia pueda ser resultado de un acuerdo político entre las élites. Las democracias sólo pueden construirse de abajo a arriba, por iniciativa de una sociedad en la que imperen relaciones de confianza mutua.

(d) No considera la incidencia del grado de desigualdad socioeconómica en la existencia de capital social. Hay que tener en cuenta que es más fácil que la confianza necesaria para que se desarrollen redes de cooperación arraigue allí donde la desigualdad es menor (no se den altos niveles de polarización social).

(e) No resuelve por qué fueron las regiones con mayor tradición de capital social Ls que más apoyo popular prestaron al fascismo y a Benito Mussolini.



[1] Tenemos el ejemplo de la subcultura de los jóvenes en los países anglosajones, las nacionalistas (vasca y catalana) en España o la bianca o católica en el norte de Italia y la rossa o socialista en las regiones centrales de este mismo país.

[2] La actitud hacia la PENA DE MUERTE es otro factor que representa las diferencias entre la cultura política vigente en Europa y Estados Unidos. Mientras ha sido abolida en Europa, cuenta con un gran respaldo social en la mayor parte de los 50 estados de Estados Unidos.

[3] Contaban con un sistema de partidos abierto y competitivo, sufragio universal, elecciones regulares y competitivas y un acceso significativo de los partidos a los medios de comunicación.

[4] Tradición reformista que arranca en el siglo XIX con Mohamed Abduh y Yamal al Din al Afgani, partidarios de una regeneración de la vida política y cultural como remedio a la decadencia que había supuesto la ocupación colonial de muchos de los actuales países musulmanes.

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