LARGA DICTADURA DEL GENERAL FRANCO: La Colmena (6 de 6)

Texto académico de evaluación continua
Historia Política y Social Contemporánea de España
(Grado de Ciencia Política y de la Administración -UNED).
La Colmena 
(1982) 112’
Dirección: Mario Camus
Producción y Guión: José Luis Dibildos
Oso de Oro a la Mejor Película
Festival Internacional de Cine de Berlín 1983

Basada en La Colmena (1951) Camilo José Cela




El 1 de Abril de 1939 nos deja una España que, durante la década posterior, se muestra aislada, pobre y deprimida en lo económico y gris, atemorizada y católicamente adoctrinada en lo social. En la segunda cuestión planteada en la presente PREC se ha visto como «la represión fue el primer pilar sobre el que se consolidó el Nuevo Estado. Le siguieron una fuerte regimentación y recatolización, que, aislados del exterior, culminó en una institucionalización del Estado franquista». Entre otras consideraciones y atendiendo a la película seleccionada, esta situación nos plantea dos dimensiones de análisis de especial relevancia: (a) Contexto Económico y (b) Contexto Social.



CONTEXTO ECONÓMICO. «Una España aislada, pobre y deprimida en lo económico». Con una población de poco más de 26 millones de habitantes, en 1940 España presentaba una Renta per Cápita de 2.080$, esto es, el 44% de la renta per cápita del momento de los doce primeros países de la Europa Occidental (Growth and Development Centre, 2003). Este nivel de renta equivale al 12% del que dispusimos en el año 2003 (que ascendió a 17.021$). ¿Por qué este bajo nivel de renta? A pesar de que hay quien lo atribuye a la falta de reservas del Banco de España llevadas a Rusia por el bando vencido (Comella, 2008:345) a pesar de que Franco recibió durante su dictadura regalos por valor de 4.000 millones de pesetas (Preston, 1999:43), uno de los factores que conforman la ecuación es la autarquía que dominaba nuestra economía. Quién sabe si inspirado por alguna de las corrientes filosóficas de la Antigua Grecia que veían en la autarquía un ideal de vida propia del sabio, que se basta a sí mismo para ser feliz porque no necesita cualquier otra cosa para el ejercicio de la virtud, el Nuevo Régimen se configuró como autosuficiente e impermeable a intercambios económicos con el exterior. Imbuidos por el inicio de la construcción del Valle de los Caídos [1] y la retórica de su decreto fundacional [2], se vivía, se sobrevivía, con lo que se producía, pero no se producía lo que se necesitaba. El hambre se hizo larga, muy larga. No es preciso explicar que venía de antes de la guerra, que era endémica en el país […] pero la guerra había devastado lo poco que había mejorado durante la II República. La España urbana [la de La Colmena] estuvo con la República: la de los obreros, intelectuales y empleados (Haro Tecglen, 1994).


Por Ley de 10 de marzo de 1939 se creó la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes, con competencias sobre multitud de artículos de primera necesidad (desde el pan y la leche hasta las patatas y los cereales, pasando por la carne, el pescado o los textiles). Las infracciones se perseguían por una Fiscalía de Tasas, creada en septiembre de 1940, que podía llevar a los culpables ante tribunales militares, competentes también en esta clase de delitos. Las consecuencias fueron inmediatas: al fijar precios bajos, los agricultores labraron menos tierra, ocultaron cosechas y canalizaron parte de su producción al mercado negro y al estraperlo. La consecuencia fue un descenso de los salarios agrícolas de un 40% respecto a los pagados antes de la guerra. No obstante, la reducción de salarios y la disponibilidad de una abundante y sometida mano de obra no favorecieron en nada a la producción. Los años cuarenta conocieron las hambres provocadas por mediocres cosechas. Los alimentos básicos quedaron sometidos a régimen de racionamiento [3], que no fue suprimido hasta comienzos de la década siguiente. En el ámbito industrial la producción sufrió una profunda depresión que alcanzó su punto más bajo años después de terminada la contienda. Al finalizar la década de los años cuarenta, la política económica impuesta por el Nuevo Régimen había fracasado: la producción agrícola había retrocedido; la industria estaba sumida en una permanente depresión: toda la economía se sentía atenazada por el rígido intervencionismo estatal y por la proliferación de una burocracia ineficiente. El mercado negro y las corruptelas habían florecido, mientras el nivel de vida de la mayoría de los españoles había descendido por lo menos un tercio de lo alcanzado al comenzar los años treinta. En 1930, España presentaba una Renta per Cápita de 2.620$, esto es, un 26% mayor que la de 1940. A su vez, esta cifra representaba el 60% de la renta per cápita del momento de los doce primeros países de la Europa Occidental (Growth and Development Centre, 2003). En el Gráfico 1 puede observarse la evolución de la Renta per Cápita de España a lo largo del siglo XX (en comparación con Portugal y México).

Gráfico 1. Comparación del PIB per cápita nominal de España, Portugal y México durante el siglo XX
CONTEXTO SOCIAL. «Una España gris, atemorizada y católicamente adoctrinada en lo social». En 1940, la sociedad española sólo había experimentado un crecimiento del 9% con respecto a la población de 1930. A su vez, la década de los cuarenta supuso un crecimiento del 8% de su número de habitantes censados [4]. Una población que, según Franco, había que recatolizar: «Es nuestra tarea, ahora, recristianizar nuestra nación» (Haro Tecglen, 1994). Poco después, en 1945, se aprobaría El Fuero de los Españoles [5] como herramienta dogmática del Nuevo Régimen para incrementar la unidad espiritual, nacional y social de España. Entre otras joyas jurídicas y a efectos de aprehender la comprensión de la doble moral que domina el comportamiento social en La Colmena (basada en el antiguo aforismo latino «lo que es lícito para Júpiter, no es lícito para todos» [6]) esta ley establece que: (a) Los españoles debían servicio fiel a la Patria y lealtad al Jefe del Estado; (b) El derecho (¿obligación?) de profesar y practicar la Religión Católica, protegida oficialmente por ser la del Estado español, gozará de la protección oficial; y (c) El Estado reconoce y ampara a la familia como institución natural y fundamento de la sociedad, siendo el matrimonio uno e indisoluble. En definitiva y en el contexto de la hemiplejia moral [7] del momento, España, Franco, Misa y Familia. Eran tiempos en los que la palabra piernas estuvo prohibida durante mucho tiempo por sicalíptica. Hasta en las crónicas de fútbol se hablaba de extremidades (Haro Tecglen, 1994). Tiempos en los que, al casarse, el cura extendía un certificado de matrimonio de urgencia para que los hoteleros admitiesen a la pareja. Y en los que en las notas de sociedad, la censura impedía la mención de «los recién casados salieron en viaje de bodas a» para que el lector no imaginase «qué estarían haciendo» (Haro Tecglen, 1994).

El fotograma que sirvió como cartel promocional de la película muestra la escena en la que una madre («una persona de orden y adicta» [al Régimen] para la que «tener un nieto sacerdote sería la ilusión de su vida» y para quien «los hombres se divierten con las fulanas y se casan con las mujeres decentes») cena junto a su hija y su marido («buena persona aunque votase a Azaña en 1936» y aficionado a escuchar por las noticias de la BBC [8], cansado del No-Do radiofónico). Padre e hija se cruzan, y se evitan, la mirada cuando comprenden que, entre tristes cucharadas de doble moral imposturada, las relaciones extramatrimoniales de él y las prematrimoniales de ella [con su novio eterno opositor a notarías y amedrentados [9] de No-Do cinematográfico [10]] les han hecho coincidir en la misma casa de citas. Esta historia, junto con el resto que conforman La Colmena, nos muestra «una crónica amarga de un tiempo amargo y cuyo principal protagonista es el miedo», tal y como la definiría el propio Cela. La historia sucede durante unos pocos días de una Semana Santa en la Madrid de plena posguerra y nos muestra retazos de las dos Españas del momento y de su pasado más reciente [11]. Desde un punto de vista objetivo, aunque con matices de un cierto realismo crítico, nos describe y nos muestra la realidad social de los primeros años cuarenta, cómo la población sufre las consecuencias de la Guerra Civil. Un grupo de tertulianos se reúnen todos los días en el café La Delicia. Con poco más de una veintena de personajes, entre los que predominan los de clase media baja, queda representada la estática (estructura) y la no dinámica (no cambio) social del momento. Desmenuzado en un mosaico de pequeñas anécdotas entrecruzadas, presenta un argumento dónde lo importante es la suma de todas ellas por cuanto conforma un conjunto de vidas cruzadas, como las celdas de una colmena.

La Delicia está regentado por doña Rosa, quien, siempre de riguroso luto y con un retrato de Hitler colgado en la rebotica, grita «rojo indecente» [12] a uno de sus empleados y acoge a sus clientes en mesas de mármol, cuyos reversos aún conservan las inscripciones de lo que un día fueron lápidas. En ellas, y al son de Ojos Verdes y La Bien Pagá de Miguel de Molina [13], existe una «república de las letras» conformada por poetas, escritores y un ilustre jurista con vocación académica que, «aunque sin papel que llevarse a las plumas», entablan tertulias sobre Stendhal. No tienen para café. Mucho menos para un Porto Flip [14]. No tienen para cuarterones [15], ni papel de fumar. Tampoco para cerillas. Sólo para agua y bicarbonato. Uno de ellos, sin sombrero ni abrigo, viste camisas y trajes sisados por su hermana a su cuñado (con quien está enemistado por motivos ideológicos), mientras, acogido por caridad por la dueña de un prostíbulo [16], duerme cuando queda libre una cama caliente. Conviven con ellos burgueses venidos a menos. Vienen de cumplir condena por falsificar cartillas de racionamiento. Con cuellos de camisa limpiados con goma de borrar, trapichean estraperlando plumas Parker y dentaduras postizas, hurtan al descuido huevos frescos de la despensa de su casera y leche condensada a sus compañeros de piso. Se enfrentan a algún «nuevo rico» que, entre el humo de puros de cinco pesetas y con la intermediación de alcahuetas de «casa decente», se ganan los favores de la mujer joven necesitada [17], enamorada de un tísico estigmatizado socialmente por la tuberculosis, el único que consigue probar jamón durante toda la película. Para ellos, los «nuevos ricos», casados o solteros, no hay deshonor al que temer [18]. Entre tanto, se hilvanan: homosexuales [19], «hombres de malas costumbres» que acuden a los «billares para ver posturas»; madres deseosas que sus hijas «queden embarazadas para casarlas»; prostitutas que apodan «la Uruguaya» a una de sus compañeras porque es de Buenos Aires; Grises uniformados que se dicen: «Ahí van dos maricones y uno que escribe» y grises con gabardina que asaltan el pacífico paseo nocturno del «bohemio» en busca de identificación. En definitiva y en conjunto, gentes en situación inestable, de futuro incierto, abocadas a vivir a salto de mata, con ilusiones y proyectos de futuro engañosos porque sus miradas jamás descubren horizontes nuevos. Su única ilusión y por la que todos ellos abandonan la tertulia para escribir: optar a las dos mil pesetas con que se obsequia al ganador de «unos Florales». «Unos Florales», los de Huesca, que no ganan. Volverán a intentarlo con los de Albacete, evitando que sus vidas sean unas mañanas eternamente repetidas. Intentando evitar escribir sobre las grandezas de Carlos V e Isabel II en las revistas del Movimiento para ganar 100 pesetas con las que poder convidar a «unos suizos» a los compañeros de la «república de las letras» para quienes no existió ni la parte final del artículo 5 [20] del Fuero de los Españoles, ni la totalidad del 28 [21].



[1] El monumento y la basílica se construyeron para perpetuar la memoria de los caídos de nuestra gloriosa Cruzada [...] La dimensión de nuestra Cruzada, los heroicos sacrificios que la Victoria encierra y la trascendencia que ha tenido para el futuro de España esta epopeya, no pueden quedar perpetuados por los sencillos monumentos con los que suelen conmemorarse en villas y ciudades los hechos salientes de nuestra historia y los episodios gloriosos de sus hijos.

[2] Decreto de 1 de Abril de 1940, disponiendo se alcen Basílica, Monasterio y Cuartel de Juventudes, en la finca situada en las vertientes de la Sierra de Guadarrama (El Escorial), conocida por Cuelgamuros, para perpetuar la memoria de los caídos de nuestra gloriosa Cruzada.

[3] El periodo posterior a la Guerra Civil española estuvo marcado por la escasez. Una orden Ministerial de 14 de mayo de 1939, estableció el régimen de racionamiento en España para los productos básicos alimenticios y de primera necesidad. El racionamiento no alcanzaba a cubrir las necesidades alimenticias básicas de la población, por lo que vivieron años de hambre y miseria. Se establecieron dos cartillas de racionamiento, una para la carne y otra para el resto de productos alimenticios. Se dividió a la población en varios grupos: hombres adultos, mujeres adultas (ración del 80% del hombre adulto), niños y niñas hasta 14 años (ración del 60% del hombre adulto) y hombres y mujeres de más de 60 años (ración del 80% del hombre adulto). La asignación de cupos podía ser diferente también en función del tipo de trabajo del cabeza de familia. Inicialmente las cartillas de racionamiento eran familiares, pero en 1943 fueron sustituidas por cartillas individuales, que permitían un control más exhaustivo de la población. En mayo de 1943 (BOE de 15 de abril de 1943), al mes de la entrada en vigor de la cartilla individual, el número de racionados en España era de 27.071.978 personas. La distribución de alimentos racionados se caracterizó por la mala calidad de los productos y puso de manifiesto corrupción generalizada y el mercado negro. El racionamiento perduró oficialmente hasta mayo de 1952, fecha en que desapareció para los productos alimenticios. Entre 1950 y 1960 el consumo per cápita de carne y papel se duplicó y el de azúcar o de electricidad se triplicó.

[4] Al comenzar la guerra mundial, España tenía 26.187.899 habitantes (censo de 1940), y había crecido en 2.343.103 en los últimos 10 años, pese a los tres años de guerra civil y al exilio. Diez años después (1950) habría crecido, contra todas las previsiones, solamente en 2.180.743 personas (Haro Tecglen, 1994).

[5] Una de las ocho Leyes Fundamentales del franquismo en la que se establecía una serie de derechos, libertades y deberes del pueblo español. Esta ley pretende ser una declaración de derechos y libertades, aparentemente liberal. No obstante, la literalidad de su artículo 33 decía: «El ejercicio de estos derechos no podrá atentar contra la unidad espiritual, nacional y social de España».

[6] «Quod licet Iovi, non licet bovi».

[7] Término acuñado por José Ortega y Gasset en el prólogo de La Rebelión de las Masas (1937). Su intención con este término es criticar a las personas que, autodeterminándose dentro de la derecha o la izquierda políticamente hablando, son incapaces de pensar más allá de su ideología.

[8] Por la noche, cuatro golpes de timbal con la Quinta de Beethoven señalaban la sintonía de la BBC. ¡Cuidado con los vecinos! (Haro Tecglen, 1994).

[9] Y, lo peor: una nota en los periódicos con el título de Multados por cometer actos inmorales en los cines y los nombres del chico y la chica. A alguna le costó ser expulsada de su casa. Al chico le felicitaban sus compañeros: pero en los colegios de frailes o monjas se podía llegar a la expulsión. (Haro Tecglen, 1994).

[10] Aparece el NO-DO. Se nutre del Luce italiano, del UFA alemán […] Aparece, también, la costumbre de llegar un cuarto de hora más tarde al cine para evitarlo. (Haro Tecglen, 1994).

[11] Hasta 1942, en las esquelas de los periódicos era corriente la anotación: «Murió víctima de los padecimientos sufridos en la zona roja» […] mientras que las otras muertes aparecían muy pocas veces. En todo caso, se publicaba una noticia de redacción y título obligatorio: «Sentencia cumplida», siempre y cuando fuese considerada legal por los consejos militares. Gran parte de los asesinatos dejaban constancia en los registros (los que la dejaban) con la mención de «fallo cardiaco» […] Siempre dos Españas. La del exilio: con el título de España Peregrina, Bergamín, Carner y Larrea fundaron en México una revista de la intelectualidad republicana. En Madrid, Dionisio Ridruejo fundaba la revista Escorial (Haro Tecglen, 1994).

[12] Al terminar la guerra, la España que comía recibió a la que no comía ni trabajaba (debido a las depuraciones) (Haro Tecglen, 1994).

[13] En una tribuna de la calle de Alcalá, las gentes de teatro que habían quedado en Madrid vieron desfilar a las tropas vencedoras: Benavente, Miguel de Molina, levantaban el brazo. No les sirvió. Al primero le prohibieron el nombre para no estrenar Al  segundo le apalearon unos señoritos falangistas con cargo oficial y se fue al exilio (Haro Tecglen, 1994).

[14] Un cóctel de moda en las boîtes (oscuras, sombrías, tristes: imperaba el bolero) era el Porto Flip. En su composición, con el oporto, yema de huevo y avellanas: alimentaba (Haro Tecglen, 1994).

[15] «¡Lo tengo negro, lo tengo picao!», gritaban las vendedoras a la puerta del metro. Una broma de lenguaje para referirse al tabaco (de estraperlo) de picadura: los cuarterones (Haro Tecglen, 1994).

[16] «Guapo, di que soy tu novia», decía de pronto, en la noche, una chica que se agarraba al brazo de un hombre que pasaba por la Gran Vía: para burlar la redada de la policía. A las prostitutas las pelaban, las llevaban a un campo de concentración y, según ellas, no dejaban de violarlas (Haro Tecglen, 1994).

[17] Algunos sentían solidaridad. Otros llevaban encima el orgullo de acostarse con la viuda o la hija del vencido encarcelado o asesinado. (Haro Tecglen, 1994).

[18] Estaba la Casa de Campo […] Se podía llevar a la novia […] La policía tenía perros adiestrados al olor sexual: olfateaban, corrían silenciosos y sólo ladraban cuando tenían bajo sus patas a la pareja […] pecadora: inmovilizados, eran fotografiados por el flash de los guardias, que avisaban a los familiares con la foto ya revelada y se la mostraban: no había más delito que la multa y el deshonor. Para los casados, tenían preparada una denuncia escrita y, cuando llegaba el cónyuge que no sabía por qué su pareja estaba detenida, le mostraban la foto y le ponían delante la denuncia para que firmase: el adulterio era sólo perseguible a petición de parte (en algunas épocas, comportaba pena de siete años de prisión. El adulterio entró en el Código Penal en mayo de 1942 (Haro Tecglen, 1994).

[19] Para los homosexuales había un campo [de detención]; creo recordar que el de Nanclares de la Oca. Estaba dividido para hombres y mujeres. Por la moral. Muchos, generalmente intelectuales, huyeron de España por este motivo. Incluso un biógrafo de José Antonio Primo; quizá enamorado de él en silencio. (Haro Tecglen, 1994).

[20] «Todos los españoles tienen derecho a recibir educación e instrucción y el deber de adquirirlas, bien en el seno de su familia o en centros privados o públicos, a su libre elección. El Estado velará para que ningún talento se malogre por falta de medios económicos».

[21] «El Estado español garantiza a los trabajadores la seguridad de amparo en el infortunio y les reconoce el derecho a la asistencia en los casos de vejez, muerte, enfermedad, maternidad, accidentes del trabajo, invalidez, paro forzoso y demás riesgos que pueden ser objeto de seguro social».

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