El Dominio del SER en la Gestión y Desarrollo del TALENTO POLÍTICO: Hacia el YO POLÍTICO ECOLÓGICO (4 de 8)

«Antes de hacer algo, se debe ser alguien». Estas palabras de Goethe sitúan la primera ubicación del rendimiento político en el interior del actor político. Dado que la verdad precede a la confianza y ésta al compromiso, este dominio de uno mismo es el primero de los dominios del actor político para desarrollar una política confiable. El reciente seísmo cinegético con epicentro en Bostsuana ha puesto de relevancia la importancia capital de esta confiabilidad como eje gravitatorio de la credibilidad de cualquier actor político. Como atributo o cualidad, la credibilidad es el resultado de la adecuada gestión de un sentimiento como es la confianza: se cree cuando se confía. La opinión pública(da), sintiendo que no se ha sabido ser [beneficiándose de privilegios anacrónicos] ni estar [en un contexto de grave crisis económica], se ha pronunciado advirtiendo que sin ser, hay poco que hacer y menos que obtener.


(Dimensión #1) Saber Ser: el Yo Político. El saber ser [Identidad Competencial] constituye la piedra base primera sobre la que edificar la Competencia Política y se compone del querer ser y del poder ser. El primer requisito para saber ser actor político es querer serlo, input explicado por la variable vocacional, esto es, la inclinación o disposición personal hacia la praxis política. Una política confiable exige que, con-fluyendo con la alineación ideológica del partido político en el que se milite, se sea capaz de in-fluir en el comportamiento de los grupos de interés, para lo cual, es condición necesaria que el rol político fluya y emerja del interior del actor político, sin ser una impostura cosmética (psicológica o conductual), desde una integridad innegociable. Y se necesita un motivo que permita fluir. Aunque motivos para acceder a la política hay tantos como actores políticos, no todos esbozan a priori un trayecto compatible con el desempeño de una política confiable.

En segundo lugar, para saber ser actor político, además de querer serlo, hay que poderlo ser: el Yo Político precisa de un adecuado coeficiente emocional (Goleman, 1999). Es necesario conocerse a sí mismo [autoconocimiento] para accionar [automotivación] y regular el propio comportamiento [autocontrol], dotándolo de atributos que incrementen el valor intangible atribuido por los grupos de interés y generen una favorable orientación actitudinal hacia el actor político [empatía y asertividad]. Si bien el 50% del Yo Político está genéticamente determinado [temperamento], el resto [carácter] es aprendido y por tanto, mejorable cumpliendo las exigencias y expectativas depositadas sobre el actor político. Un estudio reciente concluye que los atributos deseables en un actor político son la honradez, la cercanía, la competencia y disponer de una visión de futuro, si bien ninguno de los actores políticos analizados es valorado como honrado ni cercano por el 25% de los encuestados, ni con visión de futuro por el 20%, ni como competente por el 10% (Robles et al., 2008:8).

Sabiendo ser, el actor político tendrá un comportamiento ejemplar. La ejemplaridad es una categoría política fundamental por cuanto es la única manera de influir sobre las personas. Sabiendo ser, se logrará comunicar un comportamiento públicamente ejemplar sobre el escenario político de referencia y contextualizado en la cultura política de referencia. Aparentemente, la racionalidad del actor político no admite la heteronomía, haciéndole impermeable a los dictados de las normas del Otro Político. Sin embargo, la facticidad convierte al conjunto de actores políticos en una compleja red de influencias mutuas en la que todos, en forma de espejo, son modelos bidireccionales de comportamiento. El actor político no es inmune al ejemplo, sino que, mediante el proceso de comparación social al que le someten quienes le observan, está rodeado de ejemplos interpares que le absuelven (cuando sean éticamente peores que el suyo) o le condenan (en caso contrario), que le convierten en modelo imitable sólo cuando alcanza la ejemplaridad (Gomà Lanzón, 2009). Y para los observadores del actor político la imitación es uno de sus mecanismos de interacción más potentes: a los 42 minutos de haber nacido, ya imitaban expresiones faciales con precisión (Valls, 2012:104).

A nivel organizacional, el impacto obtenido de un comportamiento ejemplar es la confianza derivada de la ética del comportamiento comunicado. Inspirado en una moralidad democrática, el corazón de la política de calidad es la ética, sin la cual no puede existir. Es el nulla politica sine ethica de Aranguren (Fernández y Francisco, 2008:960). El comportamiento ético es el sentir y actuar conforme a los valores morales y las buenas prácticas políticas, respetando las directrices y creencias normativas, aún cuando sean contrarias a intereses personales o de partido, por cuanto tales valores morales y buenas prácticas, deseadas y esperadas, prevalecen sobre aquéllos. En definitiva, el comportamiento ético consiste en hacer bien el bien, en actuar [técnicamente] de un modo adecuado y con bondad objetiva [ética], mientras que la conducta no ética consiste en hacer bien/mal el mal (Fernández Aguado, 2003). No se trata de parecer bueno, sino de hacer el bien.


(Dimensión #2) Saber Estar: el Yo Político Ecológico. El segundo nivel de la pirámide competencial corresponde al saber estar. Sabiendo ser actor político, no se será si no se saber estar en el partido político y con sus integrantes. No siendo suficiente con saber ser, se requiere además saber estar: un Yo Político Ecológico que se adecúe con plasticidad al dónde y al con quién se desarrolla la praxis política.

Este Yo Político Ecológico se compone del poder estar y del querer estar. Una semilla se convierte en planta cuando el sol, la humedad y la temperatura son favorables. Para poder estar, el actor político debe actuar en un entorno organizativo vivido como adecuado para una praxis política confiable, percepción condicionada por la Cultura Organizativa y el Clima Organizativo del partido político. La Cultura Organizativa proporciona al actor político un modelo de presunciones subyacentes que, tenidas corporativamente por válidas, definen cómo percibir, sentir y pensar colectivamente los problemas políticos. Tales valores y creencias determinan hábitos y costumbres y se manifiestan en lo que puede hacer (o no) el actor político. Por su parte, el Clima Laboral determina el ambiente emocional predominante entre los miembros del partido político y confluye en un Estado Emocional Corporativo, diagnosticable y tratable a través de la gestión de los sentimientos corporativos (Fernández Aguado, 2004) y que responde a cinco emociones básicas: miedo, enfado, tristeza, alegría o estabilidad (Oset, 2010:23). Este sentir compartido, con un efecto multiplicador (en positivo o en negativo) sobre el rendimiento del talento político disponible, depende de cómo fluye la información corporativa, cómo participa el actor político en los flujos de comunicación del partido político, de su influencia en las decisiones dentro de su esfera competencial, de su participación en la definición de objetivos a lograr y de la legitimidad percibida de los sistemas corporativos de supervisión y control.

Además de poder estar, el actor político debe querer estar: 6 de cada 10 personas hablan mal de su empresa, 2 de cada 10 quieren abandonarla y sólo 1 de cada 10 siente orgullo de pertenencia (Ginebra, 2010:30). Como afirma el profesor Fernández Aguado, el mayor fuego enemigo de una organización siempre es el fuego amigo. Justamente el «cuerpo a tierra que vienen los nuestros» de Pío Cabanillas. La eficacia preventiva de los riesgos derivados de hacer estar sin querer estar dependerá de la gestión del talento, es decir, de la captación y retención de los mejores: la sostenibilidad de cualquier partido político exige construir y mantener una reputación como empleador de valor, tanto para los actuales actores políticos como para los futuros. Además, en nuestra tecnodemocracia, saber estar depende del saber estar virtual, de la capacidad de eComunicación desplegada por el actor político desde su perfil digital. En un ecosistema comunicacional de creciente centralidad de los Social Media como canal de interacción política y en el que las burocracias se están transformando en infocracias (Subirats, 2011:36), al proyectar la huella de su Personal Branding en su Social Branding, el actor político deviene en factor medular de voto (especialmente del flotante), haciendo las veces de Community Manager desde su panóptico benthiano del siglo XXI. 

Cuando se puede y se quiere estar, el comportamiento del actor político es un comportamiento adaptado y homeostáticamente sincronizado con el cambio, suficientemente versátil para amoldarse adecuadamente a distintos contextos, medios y personas para alcanzar objetivos. Esta adaptabilidad requiere un sistema personal de creencias flexible que evite creencias rígidas (que no permitan una correcta comprensión de los escenarios cambiantes, dentro y fuera del partido político) y limitantes (que generen expectativas negativas sobre la acción). Lo esencial es identificar las creencias, juicios de verdad, que provocan conductas problemáticas y cambiarlas por otras más adaptativas, sin olvidar, como recordaba Einstein, que es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. El impacto organizativo a medio y largo plazo del comportamiento adaptativo es la cuota de confianza y credibilidad derivada de la estética del comportamiento político, es decir, de un comportamiento político no disonante, no disruptivo, que evite que lo que haga el actor político hable tan alto que no se entienda lo que dice. En definitiva, proyectar un comportamiento políticamente responsable, teniendo en cuenta que el 83% de la información de percibe cualquier ciudadano la canaliza visualmente (Sharma, 2012:118): dicen más los escaños vacíos del hemiciclo que el discurso del orador que toma la palabra desde el atril.


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