LARGA DICTADURA DEL GENERAL FRANCO: Represión Franquista y Creación del Nuevo Régimen (2 de 6)

Texto académico de evaluación continua
Historia Política y Social Contemporánea de España
(Grado de Ciencia Política y de la Administración -UNED).
«La represión fue el primer pilar sobre el que se consolidó el Nuevo Estado. Le siguieron una fuerte regimentación y recatolización, que, aislados del exterior, culminó en una institucionalización del Estado franquista».

A pesar que el régimen celebró sus bodas de plata a mediados de la década de los sesenta con el lema «25 años de paz» (Vilar, 1978:241) habiendo sido declarada España como un «peligro para la paz» por la ONU en 1946 (Comella, 2008:346) y de que aún se escribe que la Guerra Civil «puso de manifiesto, como nunca, las virtudes, el coraje y el valor humano de una raza» (Comella, 2008:342), la represión franquista a partir del 1 de abril de 1939 fue uno de los grandes pilares sobre los que se crearía el nuevo régimen y que culminó en la institucionalización del Estado. Pero no fue el único factor. También «en la paz de 1939» (Comella, 2008:343) fueron decisivos los procesos de regimentación, recatolización y de asilamiento del exterior. Veamos por separado cada uno de estos cuatro procesos vertebradores del Nuevo Estado perpetrados por «gobernantes en camisa azul» (Comella, 2008:344) y como, el conjunto de todos ellos, condujo a su institucionalización.

REPRESIÓN. A la luz de lo sucedido antes y después, puede pensarse que Franco respiró por la herida de Paracuellos de Jarama. Por la herida de cada una de las 33 «sacas» trasladadas entre noviembre y diciembre de 1936 y que supusieron la muerte de entre dos mil y cinco mil prisioneros considerados contrarios al bando republicano. Franco usó la violencia y el terror como instrumentos de su propia ambición (Preston, 1999:13) y también como instrumento político […] en Salamanca y Valladolid, las matanzas se convirtieron en un espectáculo público al que asistían personas educadas de clase media (Preston, 1999:15). La finalidad de esta represión, una vez la guerra hubo terminado, ya no consistía en asegurar la victoria militar, sino en purgar hasta erradicar por completo todo lo que los vencedores tenían como causa del desvío de la nación. «Había que enderezar la nación torcida», afirmaba Franco. Para ello el Nuevo Estado se dotó de medidas jurídicas excepcionales [1]. Fue, en conjunto, una «operación perfecta de extirpación de las fuerzas políticas que habían sostenido la República», según palabras del poeta soriano Dionisio Ridruejo, Director General de Propaganda del bando franquista durante la guerra civil. Suyos son estos dos versos de la letra del himno falangista Cara al Sol: «Volverán banderas victoriosas/al paso alegre de la paz». La espiral de represión durante la Guerra Civil y la posguerra promovida por Franco les chocaba a Ciano y a Farinacci, e incluso al propio Himmler […] Franco tenía una idealizada noción de una sociedad armónica en la que no existían la oposición ni la subversión […] estaba decidido a erradicarlas, junto con el socialismo y el liberalismo, lo cual significaba aniquilar el legado de la Ilustración para retornar a las glorias de la España medieval […] Su obsesión por la masonería [2] era inusualmente virulenta y desempeñó en su vida un papel similar al del antisemitismo en la de Hitler (Preston, 1999:38-39). Convencido de la necesidad de sacrificios de sangre […] Franco quiso conquistar lentamente a fin de llevar a cabo la «redención moral» y la «conquista espiritual» de las zonas ocupadas por sus tropas […] si bien, parece ser que años después fue capaz de convencerse de que las atrocidades de su régimen, sencillamente no tuvieron lugar (Preston, 1999:41). Se ha apuntado que esta represión fue, parte, consecuencias de los «terrores» previos durante la propia Guerra Civil: en el campo «rojo» por desordenados y en el campo «blanco» porque se ejecutaban en orden y cumpliendo órdenes (Vilar, 1978:225) Y de un modo no exento de irracionalidad. Miquel Roca i Junyent explica la siguiente anécdota. Su abuelo materno, Miquel Junyent i Rovira, era un carlista catalán importante. El 22 de julio de 1936, un grupo de milicianos de la Federación Anarquista Ibérica se presentó en su casa y exigió que les acompañara. Como era un político importante de derechas, no había dudas de sus intenciones hostiles. Sin embargo, había muerto de un ataque al corazón el día anterior. Cuando la viuda les informó, sospecharon que se trataba de un engaño e insistieron en ver el cadáver. Cuando les llevó hasta el ataúd abierto, enfrentados a la prueba evidente de su fallecimiento, uno de ellos se dirigió a los otros y les dijo: «¡Cojones! Ya os dije que teníamos que haber venido ayer» (Preston, 1999:14-15). 

¿España de Franco o España bajo Franco? Hubo quien sufrió la represión del régimen, quien transigió sin apoyarlo o simplemente quien intentó mantenerse al margen (Núñez Florencio, R., 2005, 26). No obstante, en las filas republicanas el fin de la guerra supuso la muerte, la cárcel o el exilio. Más de 50.000 españoles fueron fusilados por los vencedores entre 1939 y 1943. Decenas de miles de republicanos, socialistas, anarquistas y comunistas salieron hacia cárceles o colonias penitenciarias. El ritmo de trabajo, los castigos y la desnutrición provocaron graves enfermedades y no pocas muertes. Los cálculos demográficos inducen a creer que las pérdidas de la población española debidas a la Guerra Civil serían de unas 560.000 personas, incluyendo en ellas las víctimas de combates y bombardeos (Vilar, 1978:226). No obstante, hay cierto baile de cifras: los dos años y nueve meses de Guerra Civil, costaron 350.000 muertos, un millón y medio de heridos, 350.000 exiliados y 250.000 edificios destruidos (Comella, 2008:342). Cerca de 500.000 españoles cruzaron las fronteras. En este contexto y años después, incluso el asociacionismo étnico fue utilizado como mecanismo de control político por parte del franquismo para vigilar a los emigrantes (Fernández Asperilla, 2011:137). En Francia por ejemplo, hubo centros de españoles creados desde abajo (como iniciativa de los trabajadores emigrados) y otros creados desde arriba (a instancias, por ejemplo de la Iglesia) que acabaron siendo entidades mediatizadas por el franquismo que, ante las dificultades del Sindicato Vertical de extender su control más allá de las fronteras, fueron atizadas para encuadrar a los trabajadores emigrados (Fernández Asperilla, 2011:138). Y en mayo de 1940 aún quedaban alrededor de 260.000 prisioneros. En mayo de 1943, se publica en México un folleto con fotografías comentadas, obra de dos reporteros de una agencia de noticias norteamericana. La primera de las fotos, del interior de una prisión, se acompaña de este pie: «soldados del ejército republicano, prisioneros en la cárcel de Valencia. Cuatro años después de acabada la guerra civil, formados para la celebración de la misa» La segunda foto es del patio de una cárcel: «500.000 prisioneros quedan aún en las cárceles. Franco espera ‘reeducarlos. Y para ello, después de una comida de arroz y agua, hacen gimnasia dibujando en vivo el yugo y las flechas» (Núñez Florencio, R., 2005, 30-31). Por su lado, en 1959 Hemingway vino otra vez a España para cubrir una serie de corridas entre Antonio Ordóñez y Luis Miguel Dominguín […] Entre corrida y corrida, se deslizan pinceladas sobre el país que conoció […] El arranque de la obra corresponde a un viaje anterior, en 1953, el primero tras la guerra, y, como para tantos antifascistas, consigna que lo prioritario […] era vencer la repugnancia hacia la España de Franco, un país donde aún estaban encarcelados algunos de los combatientes de la guerra civil (Núñez Florencio, R., 2005, 42-43). Pero además, la represión se cebó en las viudas, hijas o hermanas de los condenados, castigadas con el  pelado al rape, la purga, la marcha por las calles del pueblo y el despojo de sus bienes. Pero también hubo consecuencias patrimoniales de la represión. En mayo de 1938 se dieron las cifras siguientes: 2.432.202 hectáreas expropiadas por abandono o responsabilidades políticas, 2.008.000 por utilidad social y 1.252.000 ocupadas provisionalmente y sujetas a revisión (Vilar, 1978:232). A pesar de todo ello, hoy podemos leer: «los máximos responsables del bando republicano encontraron cómodo refugio y toda suerte de ayuda en los países aliados, pudiendo prolongar virtualmente el clima de Guerra Civil y esperando el momento de la revancha» (Comella, 2008:344). No obstante, traumatizados por los horrores del extremismo sectario experimentado durante la guerra civil y la represión de la posguerra, la mayoría de los españoles rechazó la violencia política y la herencia de Franco, su deliberada política de mantener la división entre vencedores y vencidos (Preston, 1999:25).

REGIMENTACIÓN. Además de reprimir, el Nuevo Régimen regimentó todas las actividades económicas y sociales. Era necesario disciplinar la fuerza de trabajo, tarea encomendada a Falange Española que, desde 1938 ocupaba altas posiciones de gobierno. Bajo su mando quedaron encuadrados todos los productores en una organización sindical regida por los principios de verticalidad, unidad, totalidad y jerarquía. La nueva FET y las JONS concebían a los sindicatos como un servicio del Partido y el ya comentado Fuero del Trabajo establecía que todos los factores económicos debían quedar integrados en sindicatos verticales cuyos directivos procedían de la propia FET. Consagrado legalmente [3], el nuevo sindicato agrupaba a obreros, técnicos y empresarios en una misma organización bajo el control de los mandos del Movimiento que, por su simultánea presencia en el aparato del Estado, garantizaban la conexión orgánica del Estado con el Sindicato y lo reducían a instrumento de su política económica. En este contexto, imperó una Ideología Industrialista como una amalgama de la tradicional exigencia de intervención del Estado para proteger a los industriales de las exigencias de las reivindicaciones obreras y de los competidores extranjeros con el principio del Estado como empresario y agente industrializador. El gobierno, además de descabezar a la clase obrera, favoreció la ausencia de competitividad de las empresas y las situaciones de oligopolio y monopolio. Debido a ello, se produjo una proliferación de burocracia e irregularidades administrativas, creando un clima económico que ignoraba los principios de racionalidad de libre empresa y búsqueda de mayor productividad reduciendo costes. No puede extrañarnos pues la profunda depresión de la industria española durante la primera década del franquismo: hasta 1950 no se recuperó el nivel de producción industrial alcanzado en 1930.

RECATOLIZACIÓN. En el ámbito educativo el control de la Iglesia fue total, pudiendo ejercer un poder sin trabas, depurando un pasado identificado con la Institución Libre de Enseñanza. Espurgo de libros, depuración de maestros y abandono de cátedras fueron algunas de las consecuencias. Las autoridades educativas abandonaron la actuación en el sector público y dedicaron todos sus esfuerzos a sostener y expandir el sector privado. En los primeros quince años del Nuevo Estado la actividad constructora de centros de enseñanza media fue nula: 119 institutos había en 1940 y 119 seguían existiendo en 1956. Todo el incremento de alumnado se dirigió a los centros regentados por religiosos, los cuales vivieron su particular edad de oro. «No existe un país más dominado por una religión poderosa que favorece a menudo […] la intolerancia, pero tampoco existe un país en donde se sienta más que en éste, bajo […] la piedra de los dogmas» (Youreenar, 1989:189).

AISLAMIENTO DEL EXTERIOR. Es la cuarta nota que caracteriza la primera década del Nuevo Estado. El franquismo no fue ni singular [4], ni homogéneo [5] en la aplicación de su política económica exterior. Por el contrario, dicha política se vio sometida a cambios profundos a finales de la década de los cincuenta (Fernández Navarrete, 2005:77-78). El Nuevo Estado rompió todos los vínculos de España con el exterior. Influyeron factores de diversa índole: (a) Una política de industrialización autárquica, (b) Exclusión de las Naciones Unidas; (c) La retirada de embajadores; (d) El cierre temporal de la frontera con Francia tras la Segunda Guerra Mundial; y (e) Ideológicos. El Nuevo Estado, en su origen, pretendió erigirse como una fusión de la auténtica tradición española, monárquica y católica, con el nuevo estilo fascista bajo el caudillaje carismático del general Franco. Esta mezcla proporcionó al Nuevo Régimen la ya comentada (y singular) identidad: Ejército, Falange e Iglesia, las tres grandes burocracias que dominaban la vida económica, política, social y moral y que lo alejaban de cualquier otro sistema vigente en Europa. Hacia el final de la Guerra Civil, Franco empezó a expresar su confianza en la autosuficiencia de España. Se jactaba de que sus políticas durante la contienda cambiarían profundamente teorías económicas básicas que hasta entonces el mundo había visto como dogmas (Preston, 1999:50). Barbara Probst Saloman, periodista norteamericana, llegó a Madrid en 1948 con el propósito de facilitar la fuga del Valle de los Caídos de dos jóvenes presos. Madrid estaba aislada de todos, «herméticamente precintada» de los aires extranjeros, era «una ciudad prisión» […] «Sin extranjeros en Madrid, las detenciones se practicaban en silencio, la gente moría calladamente y la gente se sentía asfixiada, igualmente en silencio, por la falta de contacto». La España de Franco, argumenta, no es sólo la España de los franquistas: «Jamás llegué a convencer a nadie de que en Madrid vivía alguien más que los falangistas», que había gentes de izquierda deseando algún contacto con el exterior, alguna forma de apoyo (Núñez Florencio, R, 2005:33-34).

INSTITUCIONALIZACIÓN DEL ESTADO. La Ley de Reorganización de la Administración del Estado de 1939 ratificaba al Jefe de Estado la facultad de dictar resoluciones y disposiciones sin previa deliberación del Consejo de Ministros cuando la urgencia así lo aconsejara. Con una Jefatura del Estado dotada de facultades soberanas, un partido único, un Gobierno y una Administración central del Estado, quedaba aún por dar el último paso: uno en forma de ley constituyente. Tras el fracasado proyecto de Ley de Organización del Estado de Serrano Suñer (que no fue bien acogido ni por la Iglesia, ni por el Ejército ni por el propio Franco), éste promulgó en 1942 la, también ya citada, Ley Constitutiva de Cortes que reafirmaba en la Jefatura del Estado la suprema potestad de dictar normas jurídicas de carácter general, atribuyéndosele a las Cortes una mera función de colaboración. Unas Cortes que, queriéndose garantizar lealtad y aplausos, no dejaban de ser una reproducción del propio Estado, es decir, con sus escaños reservados a los nombramientos por parte del propio Jefe de Estado.



[1] (a) Aplicación masiva del Código de Justicia Militar en consejos de guerra sumarísimos, (b) Comisiones de Depuración que actuaban en todos los organismos oficiales, (c) La Ley de Responsabilidades Políticas, que pudo aplicarse retroactivamente por supuestos delitos cometidos desde la revolución de octubre de 1934, y (d) La Ley de Represión de la Masonería y del Comunismo que alcanzaba a todas los grupos o personas que sembraran ideas disolventes contra la religión, la Patria, las instituciones fundamentales y contra la armonía social.

[2] Por masonería Franco entendía el florecimiento de los valores liberales en España, «la gran invasión del mal» (Preston, 1999:39).

[3] Por la Ley de Unidad Sindical de 26 de enero de 1940 y por la Ley de Bases de la Organización Sindical de 6 de diciembre.

[4] El franquismo no introdujo modificaciones profundas en el modelo económico que heredó sino que, por el contrario, le dio continuidad y reforzó sus mecanismos protectores frente al exterior con medidas claramente autárquicas. La Autarquía puede considerarse como la última fase del modelo de Vía nacionalista que se iniciara en las últimas décadas del siglo XIX y era coherente con la ideología franquista.

[5] La política económica exterior del franquismo, tampoco fue homogénea a lo largo de sus 35 años de existencia. A la Autarquía le sucedió una fase de apertura externa de la economía española que se fue profundizando con el tiempo. La Apertura externa que inició el franquismo con el Plan de Estabilización de 1959, supuso romper con el modelo económico anterior e incorporar España al nuevo orden económico internacional de la segunda postguerra mundial y prepararla para el ingreso en los grandes organismos económicos internacionales y en las Comunidades Europeas.


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