“Componer no es difícil, lo complicado es dejar caer bajo
la mesa las notas superfluas.” Johannes Brahms
En todo escenario, la comunicación necesita de palabras y silencios, de gestos y suspenses quedos. En todo escenario, comunicar es ir más allá de las ideas, de la lógica, de reglas y convenciones. Comunicar es conectar con el auditorio traspasando los límites de la razón, expresando una afinada melodía de emociones. Es sumergirse en los deseos del otro, ahogarse en sus temores, emerger sobre sus ideales; y nadar juntos a través de ilusiones y esperanzas compartidas por un futuro en común.
Para comunicar, definitivamente, necesitamos de una música:
la partitura sabiamente trazada para que sus notas nos guíen a través de las
formas con que miramos el mundo, con que interpretamos la realidad, porque la
música nos persuade de que somos distintos de lo que creemos ser.
La comunicación política es esa sinfonía a la que el
marketing aporta sus instrumentos. No existe una sinfonía maestra, como no
existe en marketing político una flauta mágica. La música de cada candidato es
única, potencialmente perfecta en sí, que no baila al son de la melodía del
oponente, porque tiene la suya propia. El marketing político nos permite
interpretar las emociones y necesidades de los electores para alzarse, cual
batuta, logrando un apoteósico momento de coordinación instrumental.
Así como la música, la comunicación política cambia
constantemente, su estudio no acaba nunca, lo que exaltó a los de ayer, mañana
dejará un reguero de impasibles. Pues sólo se comprende la música con la
cultura del hoy, solo se consigue una perfecta comunicación sumergidos en la
investigación del presente.
Si la música es el arte del buen combinar los sonidos en el
tiempo, la comunicación política es el arte de combinar al tiempo los sonidos y
silencios de nuestro futuro. Y para ello el marketing político tensa las
cuerdas.