La Marcha sobre Washington por el Trabajo y la Libertad fue una gran
manifestación que tuvo lugar en Washington DC el 28 de agosto de 1963. Después
de la marcha y ante el monumento a Lincoln, Martin Luther King Jr. pronunció su histórico discurso I Have a Dream defendiendo la armonía
racial. Bajo el lema Empleo, Justicia y
Paz, la marcha fue organizada por un grupo de organizaciones sindicales,
religiosas y de derechos civiles y congregó a más de 200.000 personas, el 80%
de las cuales eran afroamericanos. Esta marcha ayudó a la aprobación en 1964 de
la Ley de los
Derechos Civiles y, un año después, a la
Ley del Derecho al Voto. A continuación reproducimos este histórico discurso de MLK.
Estoy
contento de reunirme hoy con vosotros y con vosotras en la que pasará a la historia
como la mayor manifestación por la libertad en la historia de nuestra nación.
Hace
un siglo, un gran americano, bajo cuya simbólica sombra nos encontramos, firmó la Proclamación de
Emancipación. Este trascendental decreto llegó como un gran faro de esperanza
para millones de esclavos negros y esclavas negras, que habían sido quemados en
las llamas de una injusticia aniquiladora. Llegó como un amanecer dichoso para
acabar con la larga noche de su cautividad.
Pero
cien años después, las personas negras todavía no son libres. Cien años
después, la vida de las personas negras sigue todavía tristemente atenazada por
los grilletes de la segregación y por las cadenas de la discriminación. Cien
años después, las personas negras viven en una isla solitaria de pobreza en
medio de un vasto océano de prosperidad material. Cien años después, las
personas negras todavía siguen languideciendo en los rincones de la sociedad
americana y se sienten como exiliadas en su propia tierra. Así que hemos venido
hoy aquí a mostrar unas condiciones vergonzosas.
Hemos
venido a la capital de nuestra nación en cierto sentido para cobrar un cheque.
Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magnificientes
palabras de la
Constitución y de la Declaración de Independencia, estaban firmando un
pagaré del que todo americano iba a ser heredero. Este pagaré era una promesa
de que a todos los hombres —sí, a los hombres negros y también a los hombres
blancos— se les garantizarían los derechos inalienables a la vida, a la libertad
y a la búsqueda de la felicidad.
Hoy es
obvio que América ha defraudado en este pagaré en lo que se refiere a sus
ciudadanos y ciudadanas de color. En vez de cumplir con esta sagrada
obligación, América ha dado al pueblo negro un cheque malo, un cheque que ha
sido devuelto marcado “sin fondos”.
Pero
nos negamos a creer que el banco de la justicia está en bancarrota. Nos negamos
a creer que no hay fondos suficientes en las grandes arcas bancarias de las
oportunidades de esta nación. Así que hemos venido a cobrar este cheque, un
cheque que nos dé mediante reclamación las riquezas de la libertad y la
seguridad de la justicia. También hemos venido a este santo lugar para recordar
a América la intensa urgencia de este momento. No es tiempo de darse al lujo de
refrescarse o de tomar el tranquilizante del gradualismo. Ahora es tiempo de
hacer que las promesas de democracia sean reales. Ahora es tiempo de subir
desde el oscuro y desolado valle de la segregación al soleado sendero de la
justicia racial. Ahora es tiempo de alzar a nuestra nación desde las arenas
movedizas de la injusticia racial a la sólida roca de la fraternidad. Ahora es
tiempo de hacer que la justicia sea una realidad para todos los hijos de Dios.
Sería
desastroso para la nación pasar por alto la urgencia del momento y subestimar
la determinación de las personas negras. Este asfixiante verano del legítimo
descontento de las personas negras no pasará hasta que haya un estimulante
otoño de libertad e igualdad. Mil novecientos sesenta y tres no es un fin, sino
un comienzo. Quienes esperaban que las personas negras necesitaran soltar vapor
y que ahora estarán contentos, tendrán un brusco despertar si la nación vuelve
a su actividad como si nada hubiera pasado. No habrá descanso ni tranquilidad
en América hasta que las personas negras tengan garantizados sus derechos como
ciudadanas y ciudadanos. Los torbellinos de revuelta continuarán sacudiendo los
cimientos de nuestra nación hasta que nazca el día brillante de la justicia.
Pero
hay algo que debo decir a mi pueblo, que está en el caluroso umbral que lleva
al interior del palacio de justicia. En el proceso de conseguir nuestro
legítimo lugar, no debemos ser culpables de acciones equivocadas. No busquemos
saciar nuestra sed de libertad bebiendo de la copa del encarnizamiento y del
odio. Debemos conducir siempre nuestra lucha en el elevado nivel de la
dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra fecunda protesta
degenere en violencia física. Una y otra vez debemos ascender a las majestuosas
alturas donde se hace frente a la fuerza física con la fuerza espiritual. La
maravillosa nueva militancia que ha envuelto a la comunidad negra no debe
llevarnos a desconfiar de todas las personas blancas, ya que muchos de nuestros
hermanos blancos, como su presencia hoy aquí evidencia, han llegado a ser
conscientes de que su destino está atado a nuestro destino. Han llegado a darse
cuenta de que su libertad está inextricablemente unida a nuestra libertad. No
podemos caminar solos.
Y
mientras caminamos, debemos hacer la solemne promesa de que siempre caminaremos
hacia adelante. No podemos volver atrás. Hay quienes están preguntando a los
defensores de los derechos civiles: “¿Cuándo estaréis satisfechos?” No podemos
estar satisfechos mientras las personas negras sean víctimas de los indecibles
horrores de la brutalidad de la policía. No podemos estar satisfechos mientras
nuestros cuerpos, cargados con la fatiga del viaje, no puedan conseguir
alojamiento en los moteles de las autopistas ni en los hoteles de las ciudades.
No podemos estar satisfechos mientras la movilidad básica de las personas
negras sea de un ghetto más pequeño a otro más amplio. No podemos estar
satisfechos mientras nuestros hijos sean despojados de su personalidad y
privados de su dignidad por letreros que digan “sólo para blancos”. No podemos
estar satisfechos mientras una persona negra en Mississippi no pueda votar y
una persona negra en Nueva York crea que no tiene nada por qué votar. No, no,
no estamos satisfechos y no estaremos satisfechos hasta que la justicia corra
como las aguas y la rectitud como un impetuoso torrente.
No soy
inconsciente de que algunos de vosotros y vosotras habéis venido aquí después
de grandes procesos y tribulaciones. Algunos de vosotros y vosotras habéis
salido recientemente de estrechas celdas de una prisión. Algunos de vosotros y
vosotras habéis venido de zonas donde vuestra búsqueda de la libertad os dejó
golpeados por las tormentas de la persecución y tambaleantes por los vientos de
la brutalidad de la policía. Habéis sido los veteranos del sufrimiento fecundo.
Continuad trabajando con la fe de que el sufrimiento inmerecido es redención.
Volved
a Mississippi, volved a Alabama, volved a Carolina del Sur, volved a Georgia,
volved a Luisiana, volved a los suburbios y a los ghettos de nuestras ciudades
del Norte, sabiendo que de un modo u otro esta situación puede y va a ser
cambiada.
No nos
hundamos en el valle de la desesperación. Aún así, aunque vemos delante las
dificultades de hoy y mañana, amigos míos, os digo hoy: todavía tengo un sueño.
Es un sueño profundamente enraizado en el sueño americano.
Tengo
un sueño: que un día esta nación se pondrá en pie y realizará el verdadero
significado de su credo: “Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí
mismas: que todos los hombres han sido creados iguales”.
Tengo
un sueño: que un día sobre las colinas rojas de Georgia los hijos de quienes
fueron esclavos y los hijos de quienes fueron propietarios de esclavos serán
capaces de sentarse juntos en la mesa de la fraternidad.
Tengo
un sueño: que un día incluso el estado de Mississippi, un estado sofocante por
el calor de la injusticia, sofocante por el calor de la opresión, se
transformará en un oasis de libertad y justicia.
Tengo
un sueño: que mis cuatro hijos vivirán un día en una nación en la que no serán
juzgados por el color de su piel sino por su reputación.
Tengo
un sueño hoy.
Tengo
un sueño: que un día allá abajo en Alabama, con sus racistas despiadados, con
su gobernador que tiene los labios goteando con las palabras de interposición y
anulación, que un día, justo allí en Alabama niños negros y niñas negras podrán
darse la mano con niños blancos y niñas blancas, como hermanas y hermanos.
Tengo
un sueño hoy.
Tengo
un sueño: que un día todo valle será alzado y toda colina y montaña será
bajada, los lugares escarpados se harán llanos y los lugares tortuosos se
enderezarán y la gloria del Señor se mostrará y toda la carne juntamente la
verá.
Ésta
es nuestra esperanza. Ésta es la fe con la que yo vuelvo al Sur. Con esta fe
seremos capaces de cortar de la montaña de desesperación una piedra de
esperanza. Con esta fe seremos capaces de transformar las chirriantes
disonancias de nuestra nación en una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta
fe seremos capaces de trabajar juntos, de rezar juntos, de luchar juntos, de ir
a la cárcel juntos, de ponernos de pie juntos por la libertad, sabiendo que un
día seremos libres.
Éste
será el día, éste será el día en el que todos los hijos de Dios podrán cantar
con un nuevo significado “Tierra mía, es a ti, dulce tierra de libertad, a ti
te canto. Tierra donde mi padre ha muerto, tierra del orgullo del peregrino,
desde cada ladera suene la libertad”.
Y si
América va a ser una gran nación, esto tiene que llegar a ser verdad. Y así,
suene la libertad desde las prodigiosas cumbres de las colinas de New
Hampshire. Suene la libertad desde las enormes montañas de Nueva York. Suene la
libertad desde los elevados Alleghenies de Pennsylvania.
Suene
la libertad desde las Rocosas cubiertas de nieve de Colorado. Suene la libertad
desde las curvas vertientes de California.
Pero
no sólo eso; suene la libertad desde la Montaña de Piedra de Georgia.
Suene
la libertad desde el Monte Lookout de Tennessee.
Suene
la libertad desde cada colina y cada topera de Mississippi, desde cada ladera.
Suene la libertad. Y cuando esto ocurra y cuando permitamos que la libertad suene, cuando la dejemos sonar desde cada pueblo y cada aldea, desde cada estado y cada ciudad, podremos acelerar la llegada de aquel día en el que todos los hijos de Dios, hombres blancos y hombres negros, judíos y gentiles, protestantes y católicos, serán capaces de juntar las manos y cantar con las palabras del viejo espiritual negro: “¡Al fin libres! ¡Al fin libres! ¡Gracias a Dios Todopoderoso, somos al fin libres!
Suene la libertad. Y cuando esto ocurra y cuando permitamos que la libertad suene, cuando la dejemos sonar desde cada pueblo y cada aldea, desde cada estado y cada ciudad, podremos acelerar la llegada de aquel día en el que todos los hijos de Dios, hombres blancos y hombres negros, judíos y gentiles, protestantes y católicos, serán capaces de juntar las manos y cantar con las palabras del viejo espiritual negro: “¡Al fin libres! ¡Al fin libres! ¡Gracias a Dios Todopoderoso, somos al fin libres!