Texto académico de evaluación continua Historia Política y Social Contemporánea de España (Grado de Ciencia Política y de la Administración -UNED). |
«El Posfranquismo en
vida de Franco: Inmovilistas que pretendían asegurar la continuidad ampliando
su base social y la participación política vs. Tecnócratas que se habían
propuesto controlar la transición hacia la monarquía manteniendo la estructura
autoritaria del sistema político».
El
derrumbe de los regímenes dictatoriales se produce por cuatro razones
fundamentales: (a) Porque ha cumplido con las necesidades funcionales que lo
establecieron; (b) Porque ha perdido la legitimidad que tuvo en su origen; (c)
Porque sufre presiones externas que le obligan a revestirse de «apariencias
democráticas»; y/o (d) Porque los conflictos existentes dentro del bloque
gobernante conducen a una de las facciones a «apelar al apoyo de grupos
externos» (Przeworski, 1989:88). A partir de estas coordenadas, durante el
período 1967-1975 los factores políticos del cambio político en España son: (a)
La pérdida de legitimidad del Régimen del 18 de Julio; (b) La
división de la clase política franquista; (c) La sucesión en la Jefatura
del Estado y la aproximación entre reformistas y la oposición moderada; y (d)
La coyuntura internacional (Rodríguez Jiménez, 2008: 6). No hay ninguna transición «cuyo comienzo no sea consecuencia de
divisiones dentro del propio régimen autoritario, las que separan a los duros
de los blandos» acerca de cómo afrontar la reproducción del régimen
dictatorial (O’Donnell y Cols,
1989:37). La etapa del tardofranquismo nos muestra las rivalidades
surgidas entre dos posicionamientos políticos bien diferenciados, cada uno con
un proyecto diferenciado para encarar la institucionalización del régimen y la
sucesión cuando ésta tenga lugar.
A principios
de 1969, «en el inicio del tardofranquismo […] y debido a la proliferación de
liderazgos antagonistas y la incapacidad de Franco de mantener su capacidad de
arbitraje» (Tusell, 2005:236), era cada vez más evidente la tensión entre dos
estrategias políticas enfrentadas: (a) Un sector del Movimiento que pretendía
asegurar su continuidad ampliando su base social y la participación política
(por medio de una Ley de Asociaciones) [1]; y (b) Los
«Tecnócratas» que se habían propuesto controlar la transición hacia la
monarquía en vida de Franco manteniendo la estructura autoritaria del sistema
político [2]. El
enfrentamiento de estas dos posturas, unidas a un «gobierno paralizado» [3], abrieron una
crisis política sin precedentes en los anales de la dictadura. Se trata del
«posfranquismo en vida de Franco» (Comella, 2008:350). Quedaba patente la
degradación del franquismo como régimen político (Tusell, 2005:236). No
obstante, no debe olvidarse que la fuente definitiva de poder del Caudillo
residía en fomentar las rivalidades entre las «familias» o grupos de poder […]
siendo un maestro de la manipulación política: nunca mostró el menor interés en
detener los sobornos, sino que se valía de su conocimiento de ellos para
aumentar su poder sobre los implicados (Preston, 1999:45). Como proceso,
pueden diferenciarse tres fases sucesivas:
1) El Primer Gobierno [Tecnócrata] de Carrero
Blanco de 1969: un Gobierno Monocolor. En octubre de 1968, Carrero Blanco
presentó a Franco un memorándum en el que detallaba los problemas acumulados
durante los últimos años. El reajuste propuesto significaba una de las mayores
crisis de gobierno desde 1938. En octubre de 1969, Carrero Blanco era
partidario de seguir la pauta de reparto equilibrado del poder entre las
diferentes facciones del régimen. Quería un gobierno sin divisiones internas y
optó por ofrecer los ministerios a uno sólo de los viveros que proporcionaban
personal político a la dictadura. ¿Resultado? Un «Gobierno Monocolor» (sin
«azules», ni «católicos»), o, si se prefiere, «Gobierno Homogéneo» (Tusell,
2005:228), con mayoría de ministros procedentes del entorno de López Rodó y
como prueba del triunfo de los tecnócratas del Opus Dei. Los tecnócratas, conocidos así por el énfasis
puesto en los conceptos de modernización y eficacia, ofrecen una
imagen de unidad por la pertenencia de buena parte de sus miembros al Opus Dei.
Carrero promovió el acceso al poder del Opus Dei y redujo la presencia de la
Falange y Acción Católica. Gracias a Carrero y al asentimiento de Franco, los
tecnócratas alcanzan una posición hegemónica en las tareas de conducción del
Estado a finales de los sesenta: se sitúan, primero, al frente de los Planes de
Desarrollo y carteras económicas y paulatinamente ocupan otras áreas de
gobierno (Rodríguez Jiménez, 2008: 4). El binomio
«Carrero Blanco-López Rodó» había conseguido una abrumadora influencia política
(Tusell, 2005:236). No obstante, esta opción, solucionó la crisis de gobierno,
marcó el inicio de una crisis del régimen.
Franco había
nombrado a Alejandro Rodríguez Valcárcel como Presidente de las Cortes, puesto
que utilizó, como trinchera y junto a
otros políticos del Movimiento (facciones del régimen excluidas del reparto de
poder), para hostigar sin tregua al Gobierno. Toda una novedad en la historia
del régimen. ¿Cómo se hizo? Básicamente de dos formas: (a) Mantuvieron vivo el
asunto Matesa [4], «affaire que ofrece una imagen óptima de
lo que era una economía dependiente del favor concedido desde las instancias
oficiales» (Tusell, 2005:227) y (b) Una maniobra favorecida por el Movimiento y
el entorno familiar de Franco acabó con la boda de la nieta mayor de Franco con
Alfonso de Borbón, primo de don Juan Carlos, hecho que introducía incertidumbre
en el proceso de sucesión elaborado por Carrero Blanco y López Rodó. En las
memorias de López Rodó, el capítulo relativo a 1972 se titula «El Año de la Boda», lo que prueba hasta
qué punto las incidencias familiares se entrecruzaban con la vida pública
(Tusell, 2005:237) [5]. La exclusión
del gobierno de grupos [reformistas/aperturistas [6] que seguían
siendo poderosos (como los «azules» del Movimiento [7] y los
«católicos» de la ACNP [8]) acabó
suscitando una involución autoritaria y un recrudecimiento de la represión por
medio de un persistente deterioro del clima político. Paralelamente, «el
gobierno de 1969 tuvo como cerrada enemiga a una extrema derecha clerical
[Inmovilistas/Involucionistas [9]] representada
por Blas Piñar y por representantes de la vertiente más fascista del régimen
como Girón» (Tusell, 2005:237).
2) El Segundo Gobierno de Carrero Blanco de 1973: un Gobierno Bicolor. Franco se decidió a separar la Jefatura del Estado de la del Consejo de Ministros y dejó a Carrero Blanco (en junio de 1973) la oportunidad de remodelar el gobierno con motivo de su nombramiento como Presidente del Gobierno. Esta vez, Carrero desechó la fórmula del gobierno monocolor y recuperó las facciones excluidas. Carrero Blanco creó un gobierno caracterizado por la pluralidad de su composición […] Fue un gobierno para la transición hacia la monarquía, pero también para la continuidad del franquismo, en una peculiar versión en la cual el elemento falangista aparecía diluido (Tusell, 2005:239). A los pocos meses, la «Operación Ogro» de ETA acabó con la vida de Carrero Blanco. El último documento político que salió de sus manos pedía que «el Estado se ocupara de formar hombres y no maricas y repudiaba aquellos melenudos trepidantes con cuya música se divertía la juventud» (Tusell, 2005:239).
3) El Primer Gobierno de Arias Navarro de
1974: un Gobierno Monocolor sin Opus Dei (entre el Búnker y los Tácitos).
El nuevo gobierno, presidido por su ministro de la Gobernación, Carlos Arias
Navarro, presentó la novedad de no contar con ningún ministro vinculado al Opus
Dei. El proyecto continuista del régimen por transición hacia una monarquía
autoritaria, encallado en el inmovilismo de Carrero Blanco, perdía con la
salida de López Rodó al segundo de sus arquitectos. Era el momento de ensayar
otras posibilidades. Todo el mundo hablaba de la necesidad de apertura, de
liberalización, de reforma. Por un lado, Arias Navarro prometió la aprobación
de un nuevo Estatuto de Asociaciones. Se trataba de crear, bajo el control del
gobierno, unos sucedáneos de partidos políticos que sirvieran a las facciones
del régimen para mantener su cuota de poder. Dos semanas después, se produjo un
enfrentamiento con la Iglesia (con motivo de una homilía del obispo de Bilbao,
Antonio Añoveros en la que pedía respeto a la lengua e identidad cultural
vasca) que favoreció el paso a la ofensiva de los sectores del régimen
conocidos como búnker, conjunto de
personajes del Movimiento que mantenían estrechas relaciones con sectores
inmovilistas de las fuerzas armadas. Si la cesión de Arias Navarro ante la
Iglesia podía interpretarse como debilidad, la ejecución de Salvador Puig
Antich quiso ser una muestra de fortaleza que sirvió de prólogo al retorno del búnker a la escena política de la que ya
no se apartaría hasta la muerte de Franco. Con la destitución de Díez-Alegría y
el cese, entre otros, de Pío Cabanillas, los reformistas replegaron sus
posiciones hasta que Franco desapareciera de la escena. La mayor parte del
grupo Tácito dio por cerrada una vía hacia la reforma.
[1] Nacidos del partido
único, los organismos vinculados al Movimiento sostenían que el desarrollo
económico debía ir acompañado de un desarrollo político. Aunque el
Movimiento continuaba siendo un elemento importante de control social, sus
proyectos ideológicos raramente eran aprobados en las Cortes, dado que no
contaba con el apoyo del Gobierno. Por este motivo, el Movimiento creía que la
supervivencia de la estructura de la que emanaba su influencia quedaría
asegurada mediante la apertura de cauces de representación política que
permitieran el reclutamiento y encuadramiento de sus bases de apoyo. Por ello,
el grupo dirigido por el Secretario General del Movimiento, José Solís lanzó el
programa del desarrollo político que suponía reorganizar el Movimiento
de forma que sus estructuras y funcionamiento quedasen reguladas en una ley
fundamental y en la que se incorporasen las tendencias políticas de la
coalición franquista. Esto implicaba la aceptación del compromiso de hacer
política exclusivamente en el marco del Movimiento y que la incorporación al
mismo sería canalizada mediante la creación y regulación de asociaciones
políticas de «opinión» o de «acción política» que aceptarían los denominados
Principios Fundamentales del Movimiento. Defendían,
aunque sólo fuera para aparentar ser una alternativa a los tecnócratas, una
fórmula regencialista. Pretendían impedir la restauración de la monarquía y
que, por el contrario, la continuidad del régimen quedase garantizada en un
militar regente. La elección por Franco de Juan Carlos de Borbón para sucederle
en la jefatura del Estado y el hecho de que el heredero jurase los Principios
Fundamentales del Movimiento, facilitó la aceptación de la monarquía por un
número importante de regencialistas.
[2] Entendían que el Estado debía ser, más
que movilizador ideológico de la sociedad (pretensión de los falangistas), un
organismo garante de la continuidad del ordenamiento político existente y
gestor de servicios económicos y administrativos. Su programa consistía en una
reforma de la administración para modernizar el Estado, la apertura en política
exterior, el desarrollo económico frente al desarrollo político y la
instauración monárquica. Se les puede catalogar como franquistas puros, es
decir, católicos integristas y autoritarios, pero al mismo tiempo pragmáticos y
favorables a una instauración monárquica, (que no restauración) tras la muerte
de Franco. Su objetivo fundamental era conseguir una institucionalización de la
monarquía, y que la sucesión quedase garantizada mediante el reconocimiento, en
vida de Franco, de don Juan Carlos como heredero. Desde su perspectiva, una vez
solucionado el problema sucesorio, el proceso de modernización económica legitimaría
en su día el nuevo régimen autoritario.
[4] Fraude a la Hacienda Pública por exportación ficticia fuertemente
subvencionada en que estuvieron envueltos varios empresarios y ministros del
Opus Dei.
[5] A estas dos
circunstancias, se añadieron otras dos: (a) Los conflictos con la Iglesia se
agudizaron, y (b) Un mayor activismo de las oposiciones antisistema: la obrera
alcanzó en 1970 el mayor volumen de huelgas. En una semana de abril de 1973 se
superó el millón de horas perdidas. La actividad del Tribunal de Orden Público
se multiplicó, pasando de 375 a más de 900 el número de procesados durante los
primeros años sesenta. Esto significaba un recrudecimiento de la represión y
una congelación de todos los proyectos de apertura.
[6]Aperturistas/Reformistas (Azules y
Tácitos). Conocidos como la «Generación del
Tránsito» o la «Generación del
Príncipe», estaban convencidos de que el régimen disfrutaba del respaldo de
amplias capas sociales y de que el franquismo se había legitimado gracias al
desarrollo económico. No obstante, no eran ajenos a los signos del final de los
años dorados del franquismo. La realidad
que les circunda se caracteriza tanto por la creciente divergencia entre la
sociedad y el régimen, como por el aislamiento del modelo político español en
la Europa democrática. Es posible una reforma política limitada (dejando fuera
del sistema a la oposición antifranquista no moderada) y necesaria dada la
carencia de legitimidad democrática del régimen, vulnerable por este motivo en
sus relaciones con el exterior. Por lo tanto, para cuando tuviese lugar la
muerte de Franco necesitaban estar organizados para dirigir el sistema que
habría de surgir de una fórmula que, sin desnaturalizar el franquismo, supusiera
su adaptación a la situación interior y exterior o, si esto no era posible,
para protagonizar una reforma del sistema que no escapase a su control. Querían
ser parte del poder y dirigir el proceso, excluyendo del mismo a la oposición
antifranquista. Lo que sucede es que cuando esta fórmula de apertura parcial o
de reforma muy limitada aparezca como inviable, aceptarán la evolución del
régimen para su transformación en otro de carácter democrático. Se movieron siempre dentro
de los marcos legales establecidos. Entendían que la transformación del régimen
debía hacerse desde dentro, a partir de la legalidad vigente, de acuerdo con
los mecanismos establecidos en las Leyes Fundamentales.
[7] La primera tendencia aperturista
es la AZUL (sus miembros se habían
formado políticamente en organizaciones falangistas) y planteaban un programa
de apertura muy limitada del régimen (exclusivamente para los que se reconocían
como franquistas) que conducía al establecimiento de asociaciones dentro del
Movimiento y, más adelante, a un sistema de democracia mixta. Con la
demanda de asociaciones políticas, pretendían recuperar la iniciativa perdida
frente a los tecnócratas e ir planificando el futuro. Sin embargo, la batalla
en torno a una ley de asociaciones políticas se prolongó a lo largo de más de
una década (desde comienzos de los sesenta hasta la muerte de Franco). La
crisis de octubre de 1969 y el cerrojo gubernamental a una apertura política,
convencieron a los reformistas azules de que necesitaban nuevos apoyos
para el desarrollo de sus propuestas. Este apoyo lo encontraron en ciertos
jóvenes democristianos y liberales monárquicos y en algunos miembros de
la derecha tecnocrática. Éstos se fueron inclinando a la colaboración con los
reformistas azules después de la campaña anti-Opus desatada por los
involucionistas (quienes hacían responsables a los tecnócratas de los avances
de la oposición al régimen) y de que Carrero se desligara de los tecnócratas y
diera muestras de sentirse más cerca que nunca de lo que empezaba a conocerse
como el búnker franquista.
[8] La segunda
tendencia reformista la constituye el grupo Tácito, nacido en 1973 a sugerencia de la ACNP. Se trata
del núcleo reformista más cohesionado. El asesinato de Carrero y la salida del
personal político vinculado al Opus Dei del gobierno abren una nueva situación
política que favorece la actuación de los tácito como aperturistas: el
nuevo presidente, Arias Navarro, que ha excluido a los tecnócratas, un fiel
reflejo de la división de la clase política, anuncia una apertura política. Los
tácitos se decantaron por fórmulas reformistas con mayor claridad que
los azules. En diciembre de 1973 el grupo establece que «la convivencia
nacional debe asentarse sobre bases democráticas y pluralistas» y en 1975
afirmará que «la soberanía reside en el pueblo, y sólo quien lo represente
legítimamente debe gobernar». Fraga fue una de las escasas personalidades
políticas de la época que consiguió aglutinar un equipo en torno suyo y fue el
personaje con mayor peso en las filas reformistas. Expresaba con claridad lo
necesaria que era la democracia, aunque su visión era la de una
democracia restringida. La creación de un equipo político en torno a la figura
de Fraga y la influencia de Laureano López Rodó en otros ámbitos ponen de
manifiesto que en la fase final del franquismo lo que encontramos, más que familias,
son clientelas de carácter personalista.
[9]Inmovilistas/Involucionistas. Sectores del
régimen que durante el tardofranquismo (1966-1975) se movilizan para impedir
que (en vida de Franco) se produzca cualquier cambio en las estructuras
sociales y políticas de la dictadura. A comienzos de los setenta, el búnker
los suplanta con la mentalidad de los valores impuestos por los vencedores en
la guerra civil. Desean retroceder a la sociedad española al modelo político y
social propio del nacional catolicismo de la década de los cuarenta. Están
dispuestos a defender el régimen. No obstante, como en el caso de los
reformistas, existen facciones: a algunos les preocupa su supervivencia
política, por lo que necesitan que no se produzcan cambios sustanciales.
Mientras, otros consideran que la perpetuación del régimen es imprescindible y
rechazan cualquier apertura, el cáncer de los partidos, negándose a
cualquier concesión respecto a los principios
del 18 de Julio. Dedican la mayor parte de sus esfuerzos a atacar a los
aperturistas/reformistas tachándoles de traidores. Son conscientes de
que limitarse a contemplar desde dentro de las estructuras del régimen la
marcha de los acontecimientos significa una muerte política segura. En
consecuencia, van a organizarse en una serie de asociaciones (los partidos
políticos están prohibidos) desde las cuales harán todo lo posible para impedir
cualquier cambio. Entre estas asociaciones destaca Fuerza Nueva (fundada en
1966). En las páginas del diario falangista Arriba del 28 de abril de 1974 encontramos
la mejor muestra de la irritación del búnker franquista. Se trata de un
manifiesto elaborado por José Antonio Girón en el que denuncia «a quienes
infiltrados en la administración o en las esferas del poder sueñan con que
suene la vergonzante campanilla para la liquidación en almoneda del régimen».
Pero estas maniobras de los inmovilistas tienen el efecto de acelerar la crisis
del régimen. Cuando fuercen el cese del aperturista Pío Cabanillas, ministro de Cultura, se
producirá lo nunca visto en la vida del régimen: entre otras dimisiones, en
solidaridad con el cesado, tiene lugar la del vicepresidente segundo y ministro
de Hacienda.
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