La
negociación política se ubica en el ámbito del comerciar [negotiari] en los negocios [negotium]
del ciudadano [politikós]. Como comerciar de lo público, aparece como
proceso de concertación voluntaria de voluntades para satisfacer necesidades de
las partes negociadoras en base a una conciliación de sus posiciones/intereses
conducente a compromisos consensuados. Por tanto, para el actor político constituye
una herramienta fundamental para evitar conflictos y/o resolverlos, logrando
beneficios y poder mediante acuerdos dialogados generadores de igualdad y
predictibilidad, especialmente cuando se negocia en zonas de incertidumbre urgente, ya que, como
señalaba Churchill, «en Política los tiempos son más importantes que en gramática». Pero, ¿qué modalidades
de negociación puede adoptar el actor político?
El
ajedrez muestra el alcance de los Juegos
de Suma Cero en los que las ganancias de un jugador están inexorablemente
asociadas a las pérdidas del otro. Como juego de estrategia competitiva, todo
lo ocurrido en los 64 escaques responde a una lógica Win-Lose destinada a derrocar al rey oponente mediante la captura
progresiva y planificada de las 16 piezas del contrincante. En su partida
contra Topalov de 1999, Kasparov jugó 24.Rxd4, una de las combinaciones más
espectaculares jamás ejecutadas y en la que se visualizan anticipadamente 15
movimientos para saber si la jugada funcionará. Una negociación política,
especialmente cuando prevalece el contenido sobre la relación entre las partes negociadoras,
puede concebirse como una partida de ajedrez, desde una óptica distributiva en
la que el Otro Político es percibido
como enemigo y en consecuencia debe negociarse contra él. En este contexto negociador en el que la comunicación es poco transparente, el
éxito (entendido como creación de valor político mediante la apropiación en
exclusiva de los beneficios en juego) se basa en el control de la información disponible en una confrontación en la que las
partes negociadoras pretenden llegar hasta el límite en el que el contrario se
ve obligado a aceptar, incluso, sin ser necesario, ni mucho menos, deseable.
Cuando acuciaba la Guerra
Fría , la alianza Unión Soviética-Cuba amenazaba la
seguridad de los Estados Unidos, exponiendo al mundo a la virtualidad de la Doomsday Machine. Cuando en
octubre de 1962 y en un contexto internacional de Machtpolitik imbuido por la doctrina
de la Escalada Nuclear
y la Counterforce Strategy , la
inteligencia estadounidense detectó que Cuba pretendía albergar misiles
nucleares, John F. Kennedy declaró un embargo marítimo preventivo que generó el
conflicto diplomático más intenso de nuestra historia moderna. Fueron momentos
en los que se temió la aplicación de la estrategia de Sun Tzu en
virtud de la que «uno
se defiende cuando dispone de medios suficientes y ataca cuando dispone de
medios más que suficientes». Ante este giro radical de las
fuerzas en juego, todo el poder político y militar estuvo en pie de guerra
gestionando una situación que pudo haber provocado una guerra nuclear. Aunque
jugó al ajedrez con Kruschev en un tablero político poco conciliador, el
entonces Presidente de los Estados Unidos, presionado por una cúpula militar
impaciente por activar su aparato bélico, desplegó toda su habilidad de
estadista con un desempeño del poder que le permitió negociar una solución no
violenta por la vía diplomática. «Jamás negociemos con miedo, pero jamás
temamos negociar» decía, poniendo en valor uno de los recursos más importantes en
toda negociación política: la confianza entre quienes negocian.
Este ejemplo muestra que la
negociación política también admite planteamientos cooperativos en los que no necesariamente
los incentivos de una parte tienen que desincentivar a la otra, es decir, como
un Juego de Suma Variable regido por
el Principio Maximin: maximizar
el valor de la mejor recompensa posible por pequeña que sea. Como juego de
estrategia colaborativa, lo ocurrido en este escenario negociador tiende a
responder a una lógica Win-Win: uno
gana, el otro también (aunque no necesariamente, ni en la misma medida). Una
negociación política, especialmente cuando prevalece la relación negociadora al
contenido, puede diseñarse, desarrollarse y evaluarse desde esta óptica
integrativa en la que el Otro Político es percibido como partner con el que puede
negociarse. En este contexto negociador de mayor transparencia comunicativa, el éxito (concebido como
creación de valor político compartiendo los beneficios en juego) se basa en un intercambio de intereses generador de alternativas mutuamente
beneficiosas (Zonas de Posible Acuerdo)
sin que necesariamente haya que forzar límites que la otra parte no aceptaría
voluntariamente. En el entorno de la Teoría de Juegos, el Dilema del Prisionero de la RAND es un ejemplo de posible
contexto integrador de negociación. ¿Cooperarán
los dos prisioneros para minimizar su reclusión o uno de ellos, confiando en la
cooperación del otro, lo traicionará para evitarla?
Dado que no se
puede negociar con quien dice «lo mío es mío y lo tuyo negociable», habitualmente se aplica la
etiqueta negociación política a interacciones
que strictu sensu no lo son. Todo proceso de
negociación política lo es cuando el logro del acuerdo mutuamente satisfactorio
exige concesiones mutuas respecto de un objeto de negociación ante el que se
tienen posiciones/intereses contrapuestos. El factor clave es la interdependencia establecida entre unas
partes negociadoras independientes, pero, a la vez, en dependencia recíproca y
con una responsabilidad compartida sobre los resultados logrados. ¿Puede
hablarse de verdadera negociación política cuando el acuerdo alcanzado no
implica concesiones de una de las partes negociadoras y por tanto, el resultado
logrado depende unilateralmente de su voluntad? Mientras un actor político dependiente
necesita de otros para lograr su
objetivo, uno independiente lo consigue por sus propios medios. En cambio, dos actores
políticos interdependientes combinan sus recursos para alcanzar mayores logros
de los que lograrían por separado. Y es que, mientras la independencia se construye
sobre las diferencias, la convivencia perfecciona la interdependencia. En definitiva, se trata de establecer una dualidad negociadora
que, sin limitarse al cortoplacismo
de la victoria contra el enemigo
político vencible, logre un acuerdo integrador
con el partner político con-vencible ya
que, como apunta Drucker, «al negociar, lo más importante es
escuchar lo que no se dice», especialmente si se nada para no morir en la
orilla de una Nueva Política Confiable.